07 Mayo 2018
Angel Mario Ksheratto
Portela y la historia grande
He escuchado decir, infinidad de veces, a mucha gente que dice tener “un libro de cabecera”; suelen nombrar al “Quijote de la Mancha”, del inmortal Cervantes de Saavedra; otros recurren a alguna obra de Gabriel García Márquez, Hermann Hesse, Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, Vargas Llosa, Isabel Allende, Octavio Paz, Emily Bronté, Storni, Matute, Asturias, Neruda y cualquier otro autor famoso, o de moda.
Incluso, hay quienes aseguran que su libro de cabecera, ¡es La Biblia!
Personalmente creo que el que tiene un libro “de cabecera”, nunca lo ha leído. ¡¿Para qué querés un libro “de cabecera”, si existen las almohadas, chingao’?! Menos creo que hayan hojeado otros libros, por lo menos, de cultura general. ¡No podés tener un libro de cabecera toda tu triste vida!
Tenerlos “de cabecera”, es como tener una extensión de la miseria intelectual bajo la cama. Significa que ese libro, nunca te ha interesado. Y por tanto, jamás te interesará la lectura. Los libros, para ser leídos, deben tenerse en las manos, frente a los ojos y a la altura del cerebro. Sirve para entenderlos.
Así he tenido la tarde y noche del viernes pasado, un libro, un extraordinario y extenso texto, que nos ayudará a comprender uno de los oficios —ahora con el impertérrito sintagma del profesionalismo— que en lejanos días, dieron gloria al periodismo (empírico) chiapaneco.
Sí, “Radiografía del periodismo chiapaneco”, es quizá, la más extensa recopilación —por su profundo valor y contenido histórico-anecdótico— del quehacer informativo doméstico, aunque para algunos, sea solo la síntesis complaciente de un trabajo, que no ha dejado de ser centro de críticas y reclamos, principalmente, en los tiempos nuevos, en que el mercenarismo, la improvisación y el desconocimiento de la deontología periodística, han sustituido la ética y la moral, por el negocio medianamente remunerado.
(Por no llamarle “limosna”.)
Ruperto Portela Alvarado, no necesita presentación alguna. Es quien es. Alvaradeño implacable, chiapaneco indomable. (No estoy cierto si Atlizintla, le vio nacer, o él, con su florido lenguaje, parió la mala fama del municipio veracruzano que lleva su apellido, como nombre de pila.)
De ahí la extrañeza que en “Radiografía del periodismo chiapaneco”, se haya constreñido, de tal forma que nos obliga a reconocer al Portela ensimismado en los filos del Cañón del Sumidero, su otra pasión.
No deja de ser irreverente; sarcástico e imprudente —cuando no, impertinente—, a la hora de citar a grandes hombres y mujeres del periodismo local. Imposible atraer a cada uno de ellos y ellas en éste arbitrario espacio; dejemos que sea él, Portela, el que los despliegue en su memoria y nos cuente —como debe y sabe—, la historia de un trabajo que quizá, muchos no valoren hoy, a consecuencia del fango, la inmundicia, la podredumbre, la mierda en que se debate una tarea que antes, movió y conmovió a la sociedad chiapaneca, cuyos nietos, bisnietos y tataranietos, creen que el lenguaje, es cosa de tendencias superficiales y no de tradiciones orales, ricas en sabiduría y respeto al cada cual.
En su libro, Ruperto Portela Alvarado, presume hacer una recopilación íntegra del periodismo chiapaneco. No lo es. Es mucho más que un conjunto de historias comunes, Es, sin caer en alabanzas torpes, un compendio que, por lo menos, convoca a la nostalgia de una labor que resalta y extraña, el romanticismo literario de una ciudad que con su crecimiento, trajo como maledicencia, una modernidad mal entendida, desbocada y desordenada.
Tuxtla Gutiérrez —el asiento definitivo de Portela—, fue por muchos años, la “capital de los periódicos”, a nivel mundial. Fue la única ciudad en el mundo que llegó a tener 27 periódicos diarios, en una ciudad que apenas rebasaba los 160 mil habitantes, contando a los que vivían en Terán, Bienestar Social, Chapultepec y otras colonias, cuasi ciudades-estado. Que rodeaban a Tuxtla.
Y no fue como ahora —que surgen “medios” hasta por debajo de las nalgas del diablo, aunque sus propietarios, sean unos excelentísimos analfabetas y mercenarios corruptos—, sino porque cada uno que escribía, hacía de la nota roja, ¡un poema!
Había que leer a Gervasio Grajales; a Pancho Núñez, a Cheluís Cancino, al señor Trinidad, a Chava Ruiz Zambrano, a Juan de Dios Domínguez, Romeo Ortega López, Chucho López, Fernando Alegría, Gerardo Pensamiento, Roberto Coello Trejo, Enrique Toledo, Abenamar Moreno Santiago, Adolfo Zamora, Fernando H. Arévalo, Tito González, Roberto Mancilla, Pepe Figueroa, Maturana, Ciro, Revueltas, Luzán… Había que escuchar a Chilo Aguilar, Augusto Solórzano, Palacios, FAR… ¡Para qué les cuento!
Una pléyade de grandes —¡grandísimos periodistas!—, que Ruperto, recrea en su libro y que nos recuerda que Chiapas, no se muere por falta de periodistas.
Es mucho más probable que muera de indigestión por exceso de talento periodístico y grandes escritores, poetas, novelistas, cuentistas. Ahí están Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Enoch Cancino Casahonda, Hernán Becerra Pino, Rodulfo Figueroa, Oscar Wong, Eraclio Zepeda y tantísimos otros, que surgieron del periodismo, y que han dado gloria a Chiapas.
Sería estúpido negar que hoy, hay grandes revelaciones del periodismo contemporáneo; talentos juveniles que sin duda, serán parte de esa historia de grandeza del Chiapas que queremos y que esperemos, Ruperto incluya en su radiografía, en una o más reediciones de su obra.
¡Enhorabuena, Portela!
Gracias por retrotraernos al asiento inicial.