08 Mayo 2018
Ángel Mario Ksheratto
¿Libertad o libertinaje?
Llamar subrepticiamente a cometer un delito grave, es una acción indefendible. Nadie en sus cinco sentidos, debería recurrir a las nutridas redes sociales para acometer contra un personaje, quien quiera que sea y propague las ideas que más le convengan. Cierto es que Ricardo Alemán, reconocido por su férrea defensa del anquilosado régimen priísta, cometió una estupidez bajo el amparo de la libertad de expresión.
Su apología del delito, derivada de un tuit que no generó él según ha dicho en su defensa, levantó una verdadera tormenta en contra suya, al grado que fue despedido de las dos televisoras para las que trabajaba (Televisa y Canal 11) y está en ciernes, su colaboración para el periódico Milenio, que hasta éste lunes, no había fijado una postura al respecto.
¿Incurrió Alemán en delito alguno? Sí, por supuesto que sí. ¿Merecía la avalancha de críticas, reclamos, condenas y demás maledicencias que se le fueron encima? Sí, claro que sí. ¿Qué lo corrieran? También.
Pero, ¿vivimos en un país de libertades? La respuesta puede ser muy ambigua. Porque lo que para algunos es libertad, para otros es libertinaje. En ese contexto, las posturas y los dichos de unos y otros, solamente se constriñen al interés de unos cuantos y no, al de toda la sociedad. Es, desde otra perspectiva, el clásico: «Si escribes bien de mí, eres una persona buena, noble, democrática; si escribes la menor crítica en mi contra, eres ruin, mal ciudadano, vendido, mercenario…».
Recientemente, uno de los principales asesores y encargado de hacer las propuestas para el plan de trabajo cultural en el caso que Andrés Manuel López Obrador ganare las elecciones, hizo dos propuestas preocupantes: expropiar a los empresarios que no apoyen la candidatura del líder de MORENA y fusilar a los legisladores que aprobaron las polémicas reformas impulsadas por el presidente Enrique Peña Nieto.
Tan grave, preocupante y estúpida la apología del delito de Ricardo Alemán, como la propuesta de Ignacio Taibo II. En un país libre, democrático, plural y progresista, no se puede condenar a muerte —o a la miseria— a quienes piensan distinto. Sobre la violenta proposición de exterminar a los adversarios de López Obrador, ni los más radicales opositores a éste, dijeron algo que no haya sido, un reclamo frío y complaciente.
Todo lo anterior, por supuesto que preocupa; en primer lugar, porque el signo de la violencia, está latente en las dos principales fuerzas políticas, aunque los verdaderos beneficiarios de esto, intenten ocultarlo, minimizarlo o negarlo. En segundo, porque tras la majadería de Ricardo Alemán, se dejaron ver fantasmas de intolerancia reveladores, que auguran un futuro muy próximo, lleno de zozobra e incertidumbre, en cuanto a libertades civiles y derechos humanos se refiere.
El escenario de violencia, insultos y amenazas entre los candidatos presidenciales, lamentablemente, se ha trasladado al terreno periodístico. A raíz de la brutalidad de Alemán, se ha desatado una guerra de acusaciones entre éste y el columnista de La Jornada, Julio Hernández. Y empieza a alcanzar a otros comunicadores.
Grave para una prensa bajo el escrutinio social, profundamente cuestionada por sus notorios sesgos, sometida a ciertos caprichos y con un muy bajo puntaje en materia de credibilidad y confianza. Con ello se demuestra que el periodismo —más bien, algunos periodistas—, al haber tomado partido, dejan botados los principios de imparcialidad, equidad, objetividad, verdad, independencia, responsabilidad, veracidad, humanitarismo, solidaridad…
Por otro lado, hay que aprender la lección; hay una mezcla de extrema sensibilidad y creciente intolerancia, que ponen en riesgo el oficio periodístico y frente a ello, debemos ser sumamente cuidadosos. No recurrir a la autocensura, porque con ello, se estaría dando oportunidad a los intolerantes, para someter por completo a la prensa. Y es que éstos, están por todos lados.
La otra lección que debe quedarnos clara es que para los grandes medios, los periodistas solo son instrumentos desechables. No hay que perder de vista que, aunque Ricardo Alemán cometió la más grande estupidez de su vida, los medios para los que trabajaba, mostraron inmediata sumisión a quién les pidió una reacción ejemplar.
¿Habremos perdido, para el próximo sexenio, el derecho a disentir? ¿Estarán los periodistas a merced de tratos extraprofesionales con quien detente el poder? ¿Está garantizada la libertad de expresión? Esta última pregunta, en el entendido que el legionario del sistema bajo fuego, no ejerció el derecho para expresarse con libertad, sino recurrió al libertinaje para causar terror. Por lo pronto, hay que estar atentos, ver cómo se desarrollan los hechos y tomar las medidas pertinentes, para salvaguardar la libertad de los mexicanos.