23 Febrero 2017
Angel Mario Ksheratto
ksheratto@gmail.com
No se puede sonreír
“Así no se puede sonreír”… ¡Cuánta razón en la sencilla frase de una mujer indígena que aprendió a hablar español dentro de una cárcel! Jacinta Francisco Marcial fue acusada de secuestrar, junto con otras dos mujeres (Teresa González y Alberta Alcántara Juan) a un pelotón de policías federales, durante el violento desalojo de un tianguis en el estado de Querétaro. La PGR de Vicente Fox, también las acusó de tráfico de drogas.
Once años después, la misma dependencia les ha pedido perdón por los abusos cometidos y por la invención de delitos en su contra. No ha sido fácil llegar a esa parte de una historia cotidiana en el México moderno. Muchos organismos nacionales e internacionales, han luchado para doblegar al ente procurador de justicia que durante años, se negó a cumplir el mandato de un juez de causa.
Pero más allá del acto protocolar que encierra sus propios laberintos políticos, está la frase arriba citada. Cierto: en el país y sus circunstancias, no se puede sonreír, a pesar de los esfuerzos propagandísticos oficiales que pretenden mostrar un rostro optimista ante el desastre nacional.
Si revisamos la bitácora en materia de justicia, desde hace muchos decenios no se tiene un esquema jurídico y legal eficiente para garantizar el justo castigo para quienes delinquen y menos, para ofrecer a la ciudadanía, el fin de la impunidad. El sistema judicial es obsoleto y carente de virtudes para confiar en sus juicios, lo que ha generado actos como el efectuado contra Francisco Marcial en el 2006 y resarcido once años después.
¿Cómo tener la capacidad de sonreír en un país donde la corrupción ha tomado todos los espacios posibles? No podemos andar sonrientes cuando sabemos que la pareja presidencial posee propiedades multimillonarias dentro y fuera del país; cuando tenemos gobernadores ladrones que incluso, se dan el lujo de llevar un “diario” pormenorizado de sus actos de rapiña. Tampoco podemos sonreír ante la falta de castigo a legisladores, magistrados, jueces y consejeros que desangran el erario público con sueldos estratosféricos, prebendas abusivas y bonos extraordinarios ilegales.
¿Sonreír cuando vemos debilidad institucional ante los atropellos del presidente de otro país? ¡Imposible! Sin tregua, Donald Trump ataca a México y los mexicanos y la respuesta del gobierno federal es tibia cuando no, inexistente. No se puede sonreír mientras estamos siendo vapuleados por un tirano demencial, mientras el presidente le envía personeros para apaciguarlo y ofrecer una rendición inadmisible.
Doña Jacinta tiene razón. Así no se puede sonreír. El país se está cayendo a pedazos; las instituciones han dejado de servir a la sociedad y los hombres que las dirigen, siguen saqueándolas impunemente.
No hay razón para sonreír con los gasolinazos; tampoco frente al desempleo o el alto costo de la canasta básica familiar. No hay razón para sonreír cuando diariamente, decenas de mexicanos son brutalmente asesinados en una guerra sin motivo y sin estrategias claras para proteger a los civiles. Difícil sonreír cuando los secuestros, asaltos, robos y despojos aumentan día a día.
¿Cómo sonreír frente a políticos insulsos, torpes, indiferentes, ambiciosos e ignorantes? Los partidos donde se cobijan éstos, son auténticas cuevas de Alí Babá, a la que solo entran quienes creen ser dueños de las riquezas de los mexicanos. No se puede sonreír en un país con profundas desigualdades sociales, un México donde un grupito de déspotas terratenientes usufructúa las riquezas naturales y somete a los ciudadanos.
Tremenda lección de una mujer otomí (de la región Hñähñú) a quien violaron todos sus derechos, ¡justo en el sexenio del cambio! Es un mensaje claro, sencillo, escueto, pero intenso, realista, contundente. Ha descrito el estado de ánimo nacional, sin fanfarrias ni reflectores, como ocurrió cuando Enrique Peña Nieto admitió a regañadientes que México está de “mal humor”. Y sí lo está.
Cierto; muy cierto. Doña Jacinta, con su sencillez, ha dado en el clavo: Así no se puede sonreír. No hay una sola motivación para hacerlo.