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Brasil, Brasília, DF. 07/05/2009. O presidente Luiz Inácio Lula da Silva em cerimônia de formatura de diplomatas do Instituto Rio Branco, em Brasília. - Crédito:BETO BARATA/AGÊNCIA ESTADO/AE/Código imagem:49826

ARTÍCULO ÚNICO

19 Julio 2017

Angel Mario Ksheratto

ksheratto@gmail.com

¿Otra vez con el “cambio”?

Político que no oferta el cambio, no es político… Pero tampoco es confiable. Se ha recurrido tanto al concepto, que la improbabilidad de lograr una sociedad desarrollada y progresista a partir de la forma de gobierno, es la única certeza que se desprende de los políticos que, si se presentan un millón de veces a un cargo de elección popular, un millón de veces ofrecen cambiar el estado las cosas, sin que ello suceda.

Desde el principio del fin de las dictaduras militares en América Latina, los políticos sobrevivientes a éstas, empezaron a hablar seriamente de cambios radicales en la forma de gobierno. La idea de un cambio para, por ejemplo, sacar a los pueblos de la pobreza, sedujo a millones de latinoamericanos que ansiaban una verdadera transición que obligase a los gobernantes a rendir cuentas claras y a ejercer el poder bajo criterios vinculados a la democracia, la pluralidad y el respeto pleno a todos los derechos humanos.

El “cambio” resultó ser el más grande fracaso; si bien el militarismo se debilitó en la mayoría de países, la corrupción que dejaron como herencia a las nuevas generaciones de políticos, se enraizó de tal manera que grandes iconos de la lucha contra la opresión y a favor de las libertades, son hoy acusados de corrupción. Ignacio Lula da Silva, el proclamado guía moral de las izquierdas redentoras del continente, es quizá, el paradigma más patético del fallido cambio.

Por ahí han pasado Alberto Fujimori, Fernando Collor de Mello, Otto Pérez Molina, Ollanta Humala, Ricardo Martinelli, Francisco Flores, Antonio Saca, Rafael Callejas, Dilma Rouseff, Alejandro Toledo, Alfonso Portillo, Mauricio Funes y una larga lista de funcionarios de primer nivel, entre los expresidentes de América Latina que han sido encarcelados o están pendientes de captura bajo cargos de corrupción.

El fenómeno no ha exceptuado a México. Por el contrario, lo ha llevado a niveles insospechados, al grado que hoy, ocho exgobernadores han sido formalmente acusados de cometer actos al margen de la ley, principalmente en el tema de fraude, desvío de recursos, asociación delictuosa en su modalidad de ligas con el narcotráfico. Algunos han sido detenidos, otros siguen prófugos. Diez y seis gobernantes en funciones, están siendo investigados y de por lo menos cuatro más, se tienen sospechas de estar desviando recursos federales, lo que ha llevado a sus estados a la bancarrota absoluta.

Ha sido claro que los procesos judiciales contra mandatarios y exmandatarios, no es producto del “cambio”, como han tratado de sugerir algunos defensores del malogrado sistema de gobierno actual y la fracasada “alternancia” que mantuvo a dos presidentes de la ultraderecha en Los Pinos (Fox y Calderón), que tampoco salieron con las manos limpias.

Presiones sociales y necesidad de votos, han sido factores determinantes para que en México, se proceda contra los corruptos… Por lo menos, contra los más notorios. No ha sido, ni es ni será, provecho de ningún cambio. Si existiere ese “cambio”, no estaríamos ante el circo mediático que se ha montado alrededor de Los Duarte, Padrés, Moreira, Borge, Herrera, Torre, Medina, Yarrington. A esa generación de gobernadores, se le consideraba “la generación del cambio”.

Llama la atención que a un año de las elecciones del 2018, muchos aspirantes a un cargo de elección popular, recurran al viejo, roído y chocante estribillo: “vamos por el cambio”. Desde finales de los 80’s y principios de los 90’s, esa ha sido la canción, el cuento de nunca acabar. “Cambio”. “Cambio”. “Cambio”. Un cambio que nunca llega, pero que la sola utilización del concepto, refleja la realidad de la casta política en el país, pero principalmente, en Chiapas.

La recurrencia a la promesa de un “cambio”, es la negación explícita y absoluta del régimen actual y lo peor: del político en sí mismo. Debemos recordar que una de las promesas de campaña del 2012 fue cambiar la situación prevaleciente en Chiapas. La misma promesa se hizo en las elecciones intermedias. ¿Significa que para los que reciclan ese concepto, no ven cambios en el gobierno de MVC?

¿O es que cada vez deben quedarnos menos dudas sobre el cinismo de nuestros políticos? No parece una ocurrencia de temporada volver al pasado retórico para recalcar que el cambio, ha sido la utopía de Chiapas, por lo menos en los últimos tres sexenios. No lo digo yo, sino los mismos que desde hace 18, 15, 12, nueve, seis y tres años, han prometido el cambio y, según ellos mismos, no lo han logrado.

Prometer, de nuevo, el “cambio”, es negar que, por lo menos en éste sexenio, se ha logrado algo al respecto. Y eso que son amigos…

http://ksheratto.blogspot.com

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