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CAFÉ PARA TODOS

15 Marzo 2017

ALBERTO CARBOT

+ EL GENERAL SÍ TIENE QUIEN LE ESCRIBA. ADIÓS  A ABSALÓN CASTELLANOS, UN HOMBRE GENEROSO Y BUENO

+ LOS CAPITALINOS NI SIQUIERA ESTÁN ENTERADOS DEL CONTENIDO DE SU NUEVA CONSTITUCIÓN

Pecho altivo siempre al frente, zancada aún vigorosa, sombrero Stetson blanco y lentes de gota oscuros, el disciplinado militar, siempre despojado las fatuas y pasajeras luces que en muchos deja el ejercicio del poder, caminaba con ese porte -tan característico en él, y que seguramente le acompañó hasta sus últimos días-, por las calles de Tuxtla Gutiérrez o Comitán, en Chiapas. Lo hacía con el sosiego y la placidez de los espontáneos y cordiales buenos días, buenas tardes o buenas noches, con los que a su paso, al reconocerle, le saludaban cordialmente vecinos y paisanos.

Vestido casi siempre con guayaberas o camisas de manga larga en tonos crema o azul cielo y pantalones oscuros, el General pocas veces pasaba desapercibido en su tierra. Con esa misma sencillez y bonhomía se le veía sentado en la mesa de un café, un restaurante o un acto público, que caminando por entre los pasillos de un supermercado, empujando él mismo el carrito de compras.

Sin embargo, no lo hará más. El pasado viernes, 10 de marzo, el General Absalón Castellanos Domínguez, exgobernador de Chiapas (1982-1988), falleció en el Hospital Central Militar de la ciudad de México, a donde fue trasladado para ser atendido por problemas cardiacos.

En 7 meses, el próximo 2 de octubre, el nieto del senador Belisario Domínguez Palencia, producto del matrimonio de su hija Emilia Domínguez con Matías Castellanos Domínguez, hubiese cumplido 94 años. El General fue el mayor de 4 hermanos: Oscar, Ernesto y René.

A grandes rasgos, su biografía indica que egresó del H. Colegio Militar en junio de 1942, del cual años después, sería director. Se distinguió inicialmente como comandante del cuerpo de cadetes del Primer Grupo Mixto de Armas de Apoyo del Cuerpo de Guardias Presidenciales.

Fue también director de la Escuela Militar de Clases “Mariano Escobedo”, Comandante de la 18a. Zona Militar y la 2a. Zona de Infantería, así como del Campo Militar No. 1, Inspector General del Ejército y Comandante de la 31a. y de la 13a. Zona Militar.

Tuve oportunidad de tratar al General más allá de las formalidades de lo que implica una relación periodista-funcionario público. Como gobernador, en los 80, contó con el trabajo discreto y eficaz de su secretario particular, Manuel Salinas Solís, un abogado nayarita en el que depositó todas sus confianzas en el manejo de su administración, y quien contribuyó a afianzar nuestra amistad.

Nuestra simpatía y mi reconocimiento hacia su persona fue sin dobleces. Pocas veces me llamó por mi nombre. “Hijo” -me decía cariñosamente. Y yo, en tono afectuoso le correspondía con el de “Mi General”, como seguramente también lo hacía la mayoría de la gente y sus colaboradores.

Le respeté por igual durante sus días de gloria como militar y gobernador de Chiapas, y después, como hombre de a pie. Un ser afable al que coloquialmente -al hacerle referencia a la notable queratosis actínica que le había causado umbrosas pecas y profundas manchas de sol que curtían su rostro-, decía que jamás recurriría a un especialista, porque para él eran condecoraciones que el sol y la vida misma le habían otorgado, simplemente por el hecho de estar vivo durante tanto tiempo.

El tema que muchas veces prefirió no ahondar en nuestras charlas -porque lo ensombrecía, y lo apenaba como militar, según me confió-, fue el cobarde secuestro del que fue objeto el 3 de enero de 1994 por los integrantes del autodenominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cautiverio que se prolongó por más 45 días -hasta el 17 de febrero de ese mismo año-, luego de pasar muchos días atado y con una venda en los ojos.

El General fue puesto en libertad en el municipio de Guadalupe Tepeyac, en presencia de integrantes de la Cruz Roja Internacional y Manuel Camacho Solís, entonces Comisionado para la Paz y la Reconciliación en Chiapas.

Paradójicamente, quien le recibió -con esa sonrisa sardónica que pretendía ser beatífica, tan característica en él-, fue el Obispo Samuel Ruiz, autor intelectual de su cautiverio, durante el cual Absalón Castellanos también fue despojado de un reloj que como botín de guerra lució después en su muñeca, de forma impune, Humberto Trejo Jiménez (a) el “Comandante Tacho”, quien nunca lo devolvió a su legítimo dueño.

EL GENERAL Y SU APOYO PARA QUE EL “UNOMASUNO” PUDIERA PAGAR SU NÓMINA

Hay una anécdota que sólo he referido en muy contadas oportunidades, que da testimonio del hecho, por el cual su recuerdo siempre permanecerá en mi memoria:

Un viernes, a mediados de los años 80, muy temprano, Luis Gutiérrez Rodríguez –entonces gerente general del diario “UnomásUno”, dirigido por Manuel Becerra Acosta-, llamó por teléfono a mi departamento.

Todavía adormilado, alcancé a escuchar su petición.

-Alberto, disculpa que te marque a esta hora. ¿Cómo van tus relaciones con el gobernador Absalón? –me preguntó casi a bocajarro-. Porque fíjate que andamos muy mal. Hoy no tenemos ni para completar la nómina y no sé a quién recurrir. Se me ocurrió que tú, que te llevas bien con tu gobernador, no sé si podrías pedirle que nos pudiera echar la mano, un préstamo a cuenta de publicidad, algo… pedirle una lana que nos saque del apuro.

-Sí, le dije. Es mi amigo, pero nunca le he pedido nada, menos dinero. Déjame ver qué hago. ¿Y cómo cuánto necesitamos para la nómina? –le pregunté-. “Unos 200 o 250 mil pesos. Es una cantidad fuerte…, pero lo que te diera sería bienvenida. Dile que se lo podríamos abonar a cuenta de publicidad futura, cualquier cosa que se te ocurra”.

Imaginé al otro lado de la línea, a ese otrora buen cronista y hoy un ser vil, secándose la frente con su pañuelo y angustiado por obtener esos recursos. Yo tuve la camiseta del diario bien puesta; mucho más que muchos de mis compañeros y funcionarios. Pensé que haría huesos viejos en el diario y siempre creí en Becerra Acosta. Sabía que era el mejor director de México y que entre sus filas contaba con un grupo de talentosos y –en su mayoría, claro-, honestos periodistas, aunque no todos.

De inmediato me di a la tarea de localizar al General. Tenía el teléfono de su casa y sabía que desde las 5 de la mañana montaba a caballo. A las 7 desayunaba y luego comenzaba sus tareas de gobierno.

Me respondió un ayudante y me dijo que en unos minutos el General me devolvería la llamada. Así fue.

-¿Cómo estás hijo? ¿De qué se trata el problema? –me preguntó-. Se lo expliqué  tal cual era. Sin pensarlo mucho me preguntó cuán distante me hallaba del aeropuerto, donde entonces se encontraban las instalaciones del hangar del gobierno de Chiapas en la Ciudad de México, donde hoy se ubica la terminal 2 del Aeropuerto Internacional Benito Juárez.

-Hijo, vete al aeropuerto. Precisamente el jet de gobierno está allá y ahorita mismo le hablo al capitán para que te traiga a Tuxtla. Ya aquí vemos cómo te ayudo en lo que me estás pidiendo. Que tengas buen viaje –dijo en tono afectuoso el General.

Llegué al hangar en mi vehículo, un volkswagen sedán, el cual estacioné en el patio del hangar. El capitán, muy afectuoso, me dijo que haríamos un vuelo muy rápido de ida y vuelta. Puso el avión en el área de despegue y enfilamos hacia Tuxtla Gutiérrez.

Al llegar, el jet con capacidad para 8 o 10 personas –en el que sólo viajábamos el piloto, el copiloto y yo-, carreteó y se estacionó muy cerca del hangar en el aeropuerto capitalino Francisco Sarabia, hoy destinado exclusivamente a la aviación militar, a pocos minutos del centro de Tuxtla Gutiérrez.

Vi como el capitán abría la escotilla y salía del aparato. Lo mismo hizo el copiloto. A menos de que quiera pasar al baño, bájese, pero no se tarde, porque tenemos que despegar rápido a México.

-Yo tengo una cita con el gobernador. Tengo que verlo. No sé a qué horas regrese a México. Yo creo que en una hora o dos, a lo sumo. Tengo que arreglar un asunto con él –le repetí al capitán. Su respuesta me dejó helado:

-Pues no sé, pero hace unos minutos yo recibí instrucciones por radio de que usted, en cuanto terminen de cargar combustible, se regresa con nosotros a la ciudad de México. Esas son las órdenes. Así que le pido por favor que no se mueva.

Pensé que lo que estaba escuchando no era cierto y todo era una broma del capitán. Pero eso se esfumó en unos cuantos minutos, cuando desde mi asiento de piel vi como la puerta de la aeronave se cerraba y el avión tomaba nuevamente pista para emprender el regreso. Habían pasado apenas unos 10 o 15 minutos desde que habíamos aterrizado y de nuevo a México y sin nada. No era posible.

-¿Ya desayunó? ¿No gusta un café y un sándwich? –me preguntó un sonriente copiloto. Lo tomé como una afrenta, una burla de la que ellos formaban parte. En todo caso había sido su prisionero en ese extraño viaje. Obviamente, con gentileza rechacé su ofrecimiento.

Pasaron largos minutos mientras intentaba explicar mi penosa situación. No era mi estima lo que estaba en juego. En el fondo, lo más importante en ese momento eran mis compañeros. No sólo los reporteros; eran los muchachos y personal de rotativas, servicios, administración, almacén, limpieza, en fin, los más humildes lo que sufrirían por no recibir su pago semanal.

Para mí, claro, era una clara derrota; lo sentía como un engaño. Mi desesperanza era tan inmensa como ese espacio que recorríamos a más de 800 kilómetros por hora a bordo del jet de gobierno.

Cuando faltaban como 25 o 30 minutos para llegar a la ciudad de México, el capitán salió de la cabina y personalmente me sirvió un  café que extrajo de un enorme termo. Con afabilidad colocó la humeante taza de unicel en el compartimiento de mi asiento. El humo del café se mezcló en el saturado espacio con la media docena de cigarros que ya me había fumado para aplacar mi desconcierto y nerviosismo.

-¡Ande, tómese un café y cómase un sándwich. Se va a sentir mejor. Hasta el rostro le va a cambiar! –expresó sonriente, intentando ser bromista. Y volvió a la cabina, dejando en el asiento justo a mi lado, una enorme bolsa de papel de estraza, donde generalmente se despacha el pan en las panaderías.

Pasaron varios minutos más. Mi desconcierto era total. Pensé luego en centenares de excusas y otras mil explicaciones de mi fracasada misión. De alguna manera, quizá para paliar mis tribulaciones, decidí abrir la bolsa, sin hurgar visualmente en su interior. Mi sorpresa no tuvo límites. Mi mano chocó ante el primero de un compacto bloque de billetes, con fajilla del banco. Colocados en paquetes de 4 de fondo. Los conté discretamente. Sumaban 350 mil pesos en efectivo.

El corazón me dio un vuelco, cuando al aterrizar, el capitán emergió de nuevo de la cabina para comentarme jocoso:

-Espero que los sándwiches hayan sido de su agrado. Cuídelos bien y espero que haya tenido un buen viaje –me dijo-. Descendí temblando. Con el dinero que llevaba podría comprar 10 o 12 automóviles como el mío y de modelo reciente. Me subí a mi coche y casi no me detuve en los semáforos, hasta llegar a las instalaciones del diario, en Correggio 12, muy cerca de la plaza México.

Con mi bolsa llegué hasta la pequeña oficina que ocupaba Luis Gutiérrez. Sus ojillos, alcanzaron su nivel máximo de azoro, cuando frente a él comencé a colocar las fajillas de billetes, una a una. En tono balbuceante, sin creerlo casi, me preguntó:

-¿Cuánto te dio? ¿Los 250 mil que necesitamos?

-No. Me dio más. Son 350 mil pesos –le dije.

-¿Qué compromiso hiciste? ¿Qué le firmaste? –inquirió sorprendido.

-Nada. Absolutamente nada. El General me mandó el dinero al aeropuerto y no tuve ni qué bajarme del avión –le respondí.

-Sabes que a quien trae publicidad le toca el 10 por ciento del monto. Así que, bueno, en cuanto pase la emergencia, te darán tu comisión. Gracias Alberto -me dijo, mientras colocaba los fajos de billetes en uno de los cajones de su escritorio.

La historia es que nunca recibí un solo centavo de esa “comisión”. Empero,  hasta hoy, más de 30 años después de ese hecho, tengo la permanente satisfacción de que el dinero que me hizo llegar el General, fue empleado con fines nobles -al menos así lo pensé en su momento-, para que los trabajadores de ese periódico, por el cual luché todo el tiempo que permanecí en él, pudieran cobrar sus salarios.

Pocos años después, Luis Gutiérrez -el hombre quien después de ser un abyecto subalterno de Manuel Becerra Acosta, y al salir el notable director hacia su exilio forzoso presionado por Carlos Salinas de Gortari-, se convertiría gracias a sus complicidades y corruptelas, en director-dueño del diario y acabaría hundiendo al periódico.

Alguna vez, palabra por palabra, le conté esta anécdota al General, ya como ex gobernador de Chiapas. Le dije que mi afecto y reconocimiento sería eternos y que siempre le guardaría mi agradecimiento a su gran calidad humana. Le dije también que si algún día se decidía a contar el triste episodio de su cautiverio a manos del EZLN, estaría en primera fila para ello.

-Así el General ya tendría quien le escriba-, le comenté. Como respuesta sonrió satisfecho y colocó firmemente su mano sobre la mía. La apretó fuerte.

-Lo sé, hijo; lo sé –dijo, satisfecho. Sabía que la propuesta era sincera, como lo será eternamente mi agradecimiento. Pocos como él. Se le va a extrañar.  Descanse en paz, General.

GRANOS DE CAFÉ

Dar a la Ciudad de México la primera Constitución Política de su historia, ha resultado más complicado de lo que se pensaba, especialmente porque los constituyentes invadieron esferas federales que resultaron en 4 acciones de inconstitucionalidad, 2 controversias constitucionales y un juicio de amparo que se promueven en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, presentadas por la Procuraduría General de la República (PGR), la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y los partidos Morena y Nueva Alianza (Panal).

 

Según algunos medios, las controversias constitucionales interpuestas el viernes pasado por la Presidencia de la República en contra de diversos artículos de la Constitución Política de la Ciudad de México, recibieron entrada en la sala del ministro Javier Laynez Potisek.

El ministro instructor ya notificó a las partes interesadas para que en un lapso no mayor a 30 días aleguen lo que a su derecho corresponda. Con todo, el punto es hacer ruido, mismo que por cierto los capitalinos no escuchan, ya que ni siquiera están enterados del contenido de su nueva constitución, cuyos autores aseguran es la más robusta en cuanto a derechos civiles y beneficios sociales.

Habrá que ver los fundamentos jurídicos que se esgriman en defensa de la constitución capitalina, que prácticamente sin estrenarse -falta la aprobación de las leyes secundarias-, ya comenzó con remiendos…

…Al interior de la militancia de la CROC, que dirige el senador Isaías González Cuevas, existe gran inconformidad porque el presidente del PRI, Enrique Ochoa, no asistió a la clausura de su LXII Consejo Nacional. “Por eso el partido está en tercer lugar, porque falta liderazgo. Qué pena y que tristeza para los que amamos al PRI”, aseguró el líder de la confederación en Jalisco, Alfredo Barba.

Como premio de consolación -para que vean cómo se las gasta la actual dirigencia del CEN priista-, en representación de Enrique Ochoa Reza, dirigente nacional, les mandaron a José María Tapia Franco, secretario de Acción Electoral, a clausurar el evento…Sus comentarios envíelos al correo gentesur@hotmail.com

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