Don Manuel
Por Zoé Robledo*
Lo he estado leyendo y releyendo. Con asombro, con admiración y hasta con espanto. Al revisar sus ensayos y sus artículos me asaltan varias preguntas: ¿Cómo lo hace ¿Cómo pudo Manuel Camacho prever de forma tan clara lo que iba a pasar en el país? Chiapaneco que soy, condenado a buscar siempre respuestas en lo fantástico, llegué a pensar que tenía usted una bola de cristal, que habría estudiado algún curso de oniromancia en Princeton, o que en su oficina del Senado, con la ayuda de sus colaboradores, Hugo y Carolina, sacrificaba animales para leer en sus vísceras el futuro.
Claro que yo estaba equivocado. Claro que las respuestas no estaban en lo sobrenatural, pero sí en un fenómeno que por su escasez resulta extraño: El político que piensa y que piensa en el país. El político que reflexiona disciplinadamente. El que se adelanta. El que se atreve a decirlo.
Los ejemplos están ahí, en artículos recientes:
La coordinación de movimientos que se activará. El enojo por la intervención del gobierno en las elecciones. El malestar de las clases medias por la mayor desigualdad y por los ejemplos de corrupción (…) Lo que hoy es festejo, podría convertirse en pesadilla. (Antes y después, 11 de agosto de 2014).
Pero estas predicciones sólo se entienden cuando se va más atrás, al origen. A los 27 años usted escribió:
Los dirigentes sin objetivos claros, las naciones sin perspectiva y los pueblos sin programa jamás han logrado trascender su momento histórico. La trascendencia, en política, solo se puede lograr liberando las energías creativas de la sociedad. (El poder: Estado o «feudos» políticos, Colegio de México, 1974).
Es esa la profundidad que nos hace falta, Don Manuel. Esa dimensión que usted nos enseña: El político cuyo principio de organización central, de su universo moral e intelectual, es una imaginación histórica fuerte, amplia y clara, que abarca presente y futuro.
Es ese el enfoque, Don Manuel, el que ha estado ausente; el dominado por un deseo y una capacidad de encontrar orientaciones morales e intelectuales fijas, de dar forma, carácter, color, dirección y coherencia a la serie de sucesos.
Es esa idea, Don Manuel: la de la política como un acto de interpretación, de relacionar, clasificar, simbolizar. La política como un acto de pensar. Pensar como alternativa a la agonía de la indecisión. Pensar, incluso, a contracorriente del pensamiento que festina.
Winston Churchill, en su década perdida, alertaba sobre la creciente tendencia pacifista de la Inglaterra laborista de principios de los años 30. Su voz, se lamentaba, muchas veces sonaba como un grito en el desierto.
En alguna ocasión Churchill advirtió sobre los peligros del rearme alemán. Herbert Samuel, un líder liberal y judío, lo tachó de alarmista: Es más bien el lenguaje de un malayo atacando a ciegas, que el de un responsable estadista británico. Es más bien el lenguaje del pánico, sin sentido y sin causa.
¿Quién recuerda hoy a Herbert Samuel?
Churchill opinaba a contracorriente de la clase política, de la opinión pública, del clima de paz aceptado. Y tuvo razón. Lo recordamos y agradecemos por eso.
A usted también le agradecemos por eso. Es de los pocos mexicanos que vislumbró con elocuencia nuestra situación.
¿Cómo lo hace? Encontré la respuesta en una entrevista que le hicieron al inicio de nuestro encargo como Senadores. ¿Quién eres, le preguntaron, a lo que usted contestó: Una persona que valora el amor, la naturaleza y la verdad. Me enorgullece ser su compañero en el Senado. Como político y como un hombre con tanta claridad de las prioridades en la vida.
Dijo Churchill sobre el avance Nazi algo que hoy puede servir en México: Todo está terminado. Este es solo el comienzo. Este es solamente el primer trago, el primer sabor de la amarga copa que será ofrecida a nosotros cada año, a no ser que, por un esfuerzo supremo de recuperación moral, salud y vigor, nos levantemos nuevamente y tomemos nuestra posición hacia la libertad como en tiempos pasados.
*Carta que el Senador de Chiapas envió meses atrás a don Manuel Camacho Solís