Macarena Vidal Liy/El País
MADRID, España, 04 de febrero de 2020./Macarena Vidal Liy/El País.- No todos los que fallecen en Wuhan por el coronavirus aparecen en las listas oficiales. El desbordamiento es tal que solo un pequeño número, los más graves, son admitidos finalmente en los hospitales. El resto debe volver a sus domicilios con la orden de someterse a una cuarentena estricta, y esperar. Los que mueren esperando no se incluyen en el recuento de víctimas, por lo que la cifra real puede ser mucho más alta de la que cada mañana anuncia la Comisión Nacional de Salud. La respetada revista económica china Caijing así lo denunciaba el fin de semana en un extenso artículo titulado Fuera de las estadísticas. El reportaje ha desaparecido de su página web.
Después de que, tras conocerse la verdadera gravedad de la epidemia, el Gobierno chino prometiera transparencia, las últimas dos semanas han sido, para la prensa china, un pequeño oasis de libertad. Las informaciones publicadas en torno a la situación en Wuhan y su provincia, Hubei, han sido insólitamente incisivas. La apertura se extendió a las redes sociales, a través de las cuales han circulado informaciones que dejaban claro hasta qué punto se ocultó información en la provincia al comienzo de la crisis. Una oleada de vídeos que denunciaban la precaria situación de los hospitales en el foco de la infección, que ya ha contagiado a más de 20.000 personas y ha matado a 426. Las imágenes de médicos exhaustos, con la cara deformada por las horas ininterrumpidas de trabajo con la mascarilla puesta, han dado la vuelta al mundo.
“En este clima, las élites gobernantes en China se vieron arrojadas de repente a un coliseo virtual en el que sus destrezas políticas se vieron puestas a prueba sin piedad. Y fracasaron de modo espectacular”, apunta el comentarista social Ma Tianjie en su blog Chublic Opinion.
Pero ese breve lapso de relativa libertad informativa parece tener las horas contadas. La ira ciudadana no es un fenómeno con el que el Gobierno chino se encuentre a gusto. La estabilidad social siempre ha sido su principal objetivo, por encima incluso de las metas económicas. El domingo se reunía por segunda vez en ocho días -algo extraordinario, apenas se ha producido un puñado de estos encuentros en los últimos cinco años- el Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista, el máximo órgano de poder en China, para analizar la respuesta al virus.
Ausente en público desde hace ocho días, toda una rareza, el presidente chino, Xi Jinping, instaba en la reunión a contener rápidamente la epidemia, un esfuerzo que -recalcaba-tendrá un impacto en la salud pública, la economía del país y la paz social. Y entre las recetas que la reunión ha acordado aplicar se encontraba una receta de siempre: “Fortalecer el control de los medios e Internet”.
Imponerse al virus es una cuestión vital para el régimen, y quien no cumpla su parte se verá duramente castigado. “Es una prueba clave del sistema de China y su capacidad de gobierno”, apuntaba Xi, según lo ha recogido la agencia oficial de noticias china, Xinhua.
Las redes y los medios destapaban este fin de semana irregularidades en el reparto de donativos de máscaras y otro material protector. Salían a la luz denuncias de que la Cruz Roja china, un organismo estatal no afiliado con la Cruz Roja Internacional y que arrastra una pésima reputación de corrupción desde hace años, era la institución que centralizaba la recepción de esos suministros, aunque se hubiesen enviado a un hospital concreto. Y que, en lugar de repartirlos en los hospitales que más los necesitaban, los desviaba hacia los altos cargos de la zona o centros médicos dudosos, lejos de la línea de frente contra la enfermedad.
Mientras, en el epicentro de la crisis, algunos médicos tenían que recurrir a protegerse con chubasqueros en lugar de trajes especiales, o confeccionar sus propias mascarillas. Los llamamientos de ayuda se multiplicaban en redes. Fotos y vídeos en los que se ve a los médicos protegidos con simples mascarillas quirúrgicas mientras los políticos con los que se reúnen llevan las codiciadas N95 -agotadas en toda China- desataron una oleada de indignación en internet. “Es muy frustrante”, comenta Niao, un estudiante de Ingeniería en su último año de Universidad, “se suponía que estas lecciones ya se habían aprendido hace 17 años, con la epidemia de Sara. Y estamos en las mismas otra vez”.
Hasta tal punto que las autoridades han tenido que ceder y permitir que los hospitales puedan recibir directamente los donativos que se les envíen.
Pero el cambio de tono en los medios, a raíz de la reunión del Comité Permanente, comienza a notarse. Además de la desaparición del reportaje de Caijing -disponible, no obstante, en algunos agregadores-, ya las búsquedas en Internet de palabras clave (“escándalo cruz roja”, por ejemplo) arrojan muchos menos resultados o ninguno. El Departamento Central de Propaganda ha enviado este martes a más de 300 periodistas a Hubei para que hagan una «cobertura en la línea de frente», informaba la televisión estatal CCTV.
La revista Caixin, uno de los medios privados de mayor renombre en China, y que ha sido estos días una de las publicaciones más combativas, publicaba este martes un editorial de llamamiento a la transparencia. “Pedimos transparencia a lo largo de todo el proceso. La transparencia debería de reflejarse en todos los aspectos de la investigación científica, tratamiento médico y despliegue de personal y material, con todos los niveles y departamentos obligados a rendir cuentas. La difusión de información debería ser veraz, precisa, completa y rápida, sin omisiones arbitrarias ni silencios sobre cuestiones importantes que solo reconocen problemas pequeños, y sin huir de la realidad”.
Pero el Gobierno, a través de los medios de comunicación estatales, ya trata de tomar las riendas del relato. La construcción en tiempo récord de dos hospitales en Wuhan -el primero ya está en funcionamiento y el segundo lo hará a finales de esta semana- era primordial tanto desde el punto de vista sanitario como el de propaganda: un modo de demostrar que, cuando se lo propone, China puede acometer proyectos prodigiosos de los que ningún otro país es capaz.
Aunque el propio Gobierno ha admitido que continúan los problemas de suministros médicos para Wuhan y el resto de ciudades en cuarentena, que acumulan cerca de 50 millones de personas desde que se sumase Wenzhou, la única fuera del foco de la infección. “Lo que China necesita urgentemente son máscaras médicas, trajes protectores y gafas de seguridad”, ha precisado el Ministerio de Exteriores”. Tras el parón por el Año Nuevo Lunar, las fábricas chinas aún se encuentran solo al 70% de su capacidad de producción de 20 millones de mascarillas al día. La epidemia dista mucho aún de estar bajo control.
El médico que lanzó la alerta y ahora es un enfermo más
El 30 de diciembre, el oftalmólogo Li Wenliang, de 34 años, escribió un mensaje alarmante en su grupo de amigos de la Facultad. En su hospital habían ingresado siete pacientes, todos relacionados con un mercado de pescado y con síntomas muy similares al SARS, la epidemia causada por otro coronavirus que mató a casi 800 personas en 2003.
No tenía intención de diseminar la información más allá de su círculo de amistades. Simplemente, pedía a sus antiguos compañeros que advirtieran a sus familias y tuvieran cuidado. Pero el mensaje se hizo viral. Cuatro días más tarde, la Policía le acusaba de difundir rumores, un cargo que puede acarrear hasta siete años de cárcel en China. Otros siete médicos recibieron la misma acusación.
En comisaría, el médico tuvo que firmar una declaración en la que admitía su falta y prometía no reincidir, antes de que se le permitiera regresar a su casa.
Pocos días más tarde trató a un enfermo, sin saber que su paciente estaba infectado con el virus. El día 10 empezó a mostrar síntomas, y el 12 quedó ingresado en un hospital, donde su estado continuó empeorando. El sábado pasado concedía una entrevista a la revista Caixin. Le acababan de confirmar su diagnóstico: tenía el coronavirus
El sábado pasado, en una entrevista con la revista Caixin, Li revelaba que él mismo había contraído la enfermedad. Había empezado a sentirse enfermo el 10 de enero, después de tratar a un paciente infectado, y quedó ingresado en un hospital.