12 Abril 2018
Miguel Angel Culebro Acevedo
La metamorfosis….
Cuenta la historia, que hace poco más de tres mil años, un pueblo entero estuvo sometido bajo la tiranía faraónica; eran esclavos todos, su existencia dependía de agua y mendrugos de pan, bajo la condición de trabajar de sol a sol, mientras que un puñado de hombres y mujeres estaban destinados a producir para pagar impuestos, cuyos tributos fueron para enriquecer al faraón y su estirpe. El modelo imperativo fue superado, tras maldiciones y plagas, hasta que el pueblo entero pudo liberarse, bajo los designios de una voz que les allanó el camino, castigando a su vez la osadía del imperio, hasta derrumbarlo. En Latinoamérica, para entonces, no tiene registrado la historia siquiera la existencia de mortales, sino hasta mil quinientos años después, con modelos parecidos.
La metamorfosis social que viene sufriendo Latinoamérica pareciera que está basado en esa historia, cuyo drama pone en la misma dimensión a millones de personas, que lejos del sometimiento directo, -como el caso de los mexicanos-, se viene dando una auto esclavitud, por mendrugos, acostumbrándose a estirar la mano con los llamados programas sociales, llevando incluso a miles de mujeres a pelear entre sí por las ofensivas cajas mágicas repartidas por “el faraón”.
El poder, cuya enfermedad corroe a miles en este 2018, es la constante y en contra parte, esa sociedad complaciente, espera desesperadamente quien dará más; están prestos a poner nuevamente el precio a hacer interminables colas para recibir lo que sea y condenar su voto, para seguir manteniéndose como esclavos una vez concluidas las competencias electorales, para elevar al trono a sus verdugos.
El caso de Chiapas es para estudios de sociología el tema más increíble, donde anidada la extrema pobreza, la mayoría de la gente ha provocado esa metamorfosis para ser dependientes de la ofensa y la esclavitud, frente a la comodidad de no hacer nada y exclamar: “por ese mísero sueldo, prefiero no trabajar”.
A muy pocos les importa que el SAT ahora tiene la facilidad de encontrar a cualquier mortal que genera ingresos, para obligar a pagar –entre todos los impuestos- casi el 70 por ciento de lo que devenga y quedarse solamente con el 30 por ciento para sus necesidades apremiantes; a un reducido grupo le preocupa las reformas estructurales que están diseñadas para desmantelar el país y aún muchos menos saben que ya hay un acuerdo para privatizar hasta el nacimiento de nuevos mexicanos, pues ya se privatizan los derechos a la salud, el agua y siguen todos los demás derechos elementales consagrados en el tratado universal de los derechos humanos y plasmados en la constitución general de la república –así con minúsculas- como minúsculo es el interés de los que sobreviven reprimidos y esclavizados.
La característica clara de este proceso electoral, gracias a la tecnología y las redes sociales, es la desmedida ambición marcada entre los contendientes, que unos a otros y otras se vienen sacando sus trapos nauseabundos al sol, salpicados todos de corrupción, que sin rubor se ventilan públicamente y ese público ávido de morbo, -como en el circo romano- sólo es expectante con indiferencia para razonar su voto y exigir la participación social contundente; es preferible recibir dádivas, que pelear por transformar el ejercicio del poder.
Y así tenemos como se confeccionan las “leyes” a capricho, para que unos cuantos, contados, se burlen de la sociedad entera, sabiendo “que con dinero baila el perro”, denigrando la calidad humana, condición de sobrevivencia dispuesta a bailar al son que les toquen. Inaudito, pero la auto esclavitud es confort para miles, mientras que los pocos, no solo dispuestos a gritar, sino a exigir el cumplimiento de la ley, son sometidos, encarcelados, desaparecidos, reprimidos o asesinados, por la osadía de levantar la voz en el desierto.
Y aún se da la ofensa de la reelección, por aquello de que el botín fue insuficiente. El trapecio del poder es de ofensa, pero más ofende quienes hacen caravana para cambiar de bando y “apoyar” una vez más al que lo mantiene en esa esclavitud, indiferente al conflicto que se arraiga en miles de familias por la “preferencia electoral”. La lucha férrea por defender “a su gallo” o “gallina”, presagia sangre entre hermanos… la extrema pobreza es el ring.
Los acomodos de “juntar el agua y el aceite” resultan inéditos ante la no terminada de parir democracia; pocos alcanzan a ver que esas fusiones, son los acuerdos de repartir el botín y dejar las migajas para los de a pie… para que sigan aplaudiendo a rabiar a sus verdugos.
Y si el destino existiera, cada mortal tiene una misión que cumplir, tiene habilidad… toda secuestrada. De los pocos, cada quien en su trinchera, nada podemos hacer… ¡arraaaaancan!… ahí está pues… ¡YA!