+ Felipe Arizmendi Esquivel Obispo de San Cristóbal de Las Casas
VER
¡Cuántos vituperios han recibido quienes participaron en las caminatas que se organizaron en diversas partes del país para defender la familia! Los han calificado de retardatarios, medievales, retrógrados, dogmáticos, homofóbicos, discriminatorios, incitadores al odio, cerrados al cambio de los tiempos, etc., etc., etc. Incluso algunos clérigos han lamentado que más de un millón de católicos hayan salido a defender el matrimonio, y que no hagan lo mismo contra las injusticias. No toman en cuenta todo lo que la Iglesia hace en la atención preferente a los pobres, sin publicidad.
Yo no sé si con esos juicios tan condenatorios sólo estén haciendo una autodefensa de su propia vida, pues algunos rechazan cualquier norma moral y toda referencia al Evangelio, aduciendo una libertad que sólo obedece a lo que el cuerpo, los propios sentimientos y las modas culturales aceptan como valederos. ¡Cómo hacen falta católicos bien cimentados en su fe que sepan defender sus convicciones, con razones y bases humanas, también en las palestras públicas, a pesar de críticas e persecuciones!
Hemos recibido denuncias de que discriminamos a quienes prefieren vivir en convivencia marital con alguien de su propio sexo, por el hecho de defender nuestra convicción de que el verdadero matrimonio sólo es posible entre un hombre y una mujer que se aman y están abiertos a generar nuevas vidas. La Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público del país reconoce nuestro derecho a difundir lo que indican la Biblia y el Catecismo de la Iglesia Católica. Así lo aceptó la Secretaría de Gobernación cuando nos otorgó la personalidad jurídica, desde 1992. Y esta es la doctrina que debemos defender; ¿por qué, entonces, nos quieren limitar este derecho? No atentamos contra el laicismo oficial.
Defender el matrimonio conforme a nuestra fe no es discriminar; no es atacar, ni incitar al odio. A nadie negamos que pueda cohabitar con quien quiera. Siempre lo han podido hacer, con leyes y sin ellas. Sólo luchamos por que no se califique como matrimonio a una unión entre personas del mismo sexo, pues la raíz etimológica de esa palabra tiene que ver con la maternidad, que es imposible, biológicamente, en esas uniones. Y no es cuestión sólo de palabras, sino de toda la cultura que hay atrás de las mismas. Y así como defendemos nuestra fe, tratamos de servir a los excluidos.
PENSAR
El Papa Francisco recuerda la palabra de Jesús: “He venido a traer un fuego sobre la tierra. Y cuánto desearía que ya estuviera encendida” (Lc 12,49). Y comenta: “El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, fuerza creadora que purifica y renueva, quema toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro. Si nos abrimos completamente a este fuego que es el Espíritu Santo, él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su confortante mensaje de misericordia y salvación, navegando en alta mar, sin miedos. La Iglesia necesita la ayuda del Espíritu Santo para no ser paralizada por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarse a caminar dentro de confines seguros. La valentía apostólica que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego, nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos impulsa a ponernos en marcha para caminar incluso por vías inexploradas o incómodas, dando esperanzas a cuantos encontramos. Con este fuego del Espíritu Santo, estamos llamados a convertirnos en personas llenas de comprensión, con el corazón abierto y el rostro alegre. Hoy más que nunca se necesitan sacerdotes, consagrados y fieles laicos, con la atenta mirada del apóstol, para conmoverse y detenerse antes las minusvalías y la pobreza material y espiritual, caracterizando así el camino de la evangelización y de la misión con el ritmo sanador de la proximidad. Es precisamente el fuego del Espíritu Santo que nos lleva a hacernos prójimos de los demás, de los necesitados, de tantas miserias humanas, de tantos problemas, de aquellos que sufren” (14-VIII-2016).
ACTUAR
Seamos valientes y creativos para que nuestras familias conozcan y sigan el camino que Dios les ha establecido, y al mismo tiempo respetemos a quienes piensan y viven en forma diferente. Ofrezcamos la luz de nuestra fe a quien la quiera recibir, sin imponer a nadie lo que a nosotros nos hace felices.