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ESTE MUNDO NO ES PARA LOS DISCAPACITADOS…

03 de Diciembre de 2014.
Rosemberg Román
A propósito del 03 de Diciembre, Día Internacional de la Discapacidad, les comparto esté texto, ya sea para lectura personal, para compartir o publicar.
De antemano, gracias.
No lo ha sido y no lo será nunca, más que un arrebato, es mi más franca conclusión.
35 años en esta situación; 21 años, más de la mitad de mi vida usando una silla de ruedas, me han hecho ver, vivir, entender y concluir muchas cosas, no sólo desde la experiencia propia, sino como un ejercicio de la objetividad y la razón.
Durante 2014 años del calendario gregoriano y miles de años antes, las cosas no han cambiado en demasía, a lo mucho pasaron de la extinción eugenésica inmediata, practicada en Grecia, Roma y otras tantas ciudades, a la oportunidad de la vida, que no es más que el retraso del mismo destino. Un destino y camino igual de gris, sombrío, repleto de carencias más que de oportunidades reales, más de 2 mil años después del comienzo del mundo civilizado no conozco sociedad alguna en absoluto que haya logrado la inclusión de un discapacitado a plenitud. Aún sé de calles en Londres que no tienen rampas, de ciudades en Japón sin transporte adaptado, de catedrales en Francia en las que se prefiere el «valor histórico» antes que la accesibilidad, de edificios en Nueva York que no incluyen señaléticas en braille, de restaurantes en Australia que impiden la entrada con perros guía. Si eso es el mundo «civilizado», de más está hablar de las sociedades menos afortunadas, de las etnias que en aras de la tradición esconden a los discapacitados, los abandonan, o si bien les va, los anulan de toda voluntad y participación; eso incluye el derecho a la paternidad incluso.
Sobra también hacer referencia a la enorme cantidad de leyes, reglas, normas, tratados internacionales, convenios y artilugios legales que se han emitido para coadyuvar a la inclusión social, pero que en la vida real, la cotidiana, la de calles, banquetas, autos y gentes, han servido para nada. Cualquier ley que implementada no haya transformado para bien la vida de alguien, no es distinta de la palabrería, la basura y el ornato, y éstas leyes no son la excepción. No hay entonces, en la vida real, país o sociedad completamente incluyente ni ley en el mundo que haya cumplido su meta, aunque muchos optan por un optimismo de «avances» y el discurso esperanzador del «poco a poco», la falacia tiene más de cierto que esas actitudes.
Este mundo no es para los discapacitados, no, cuando desde el preescolar niegan reiteradamente la inscripción a cuanto niño o niña muestre alguna conducta fuera de lo “normal” y la etiqueta de “niño problema”, “hiperactivo”, “enfermo”, o en el mejor caso, se aparta del resto, y se le quita todo interés por su educación, su desarrollo y no es distinto de un mueble; no, cuando aún hay maestros y maestras que creen que la discapacidad “se contagia”. Tantas y tantas cosas se hablan de la “educación inclusiva” pero de poco sirve si en la vida real casi ninguna escuela y/o universidad concede oportunidades de educación “sin pleito de por medio”. Cuando por fin logras entrar, si no es el maestro, es el examen, la dinámica escolar, el “plan de estudio” o el salón en segundo piso inaccesible el que se encarga de reprobarte, así es siempre tu culpa y nunca de la escuela.
¿Y para qué estudiar? Si no importa mucho cuántos estudios o grados académicos poseas, es casi seguro que no encontrarás empleo digno, a pesar de los títulos, el discapacitado es el idóneo para atender el teléfono, la recepción, el mostrador; para ser el mandadero, el mesero o el “secretario”, aún cuando haya mostrado toda capacidad y conocimiento nunca será apto para un puesto directivo o de mayor encargo, y si tal vez se logra, “debes dar gracias porque te ayudaron”. No conozco en Chiapas ni México a ninguna discapacitada o discapacitado ocupando algún puesto de primer o segundo nivel en área gubernamental a pesar de sus “políticas públicas incluyentes”. No hay y no lo habrá nunca. No es casualidad ni falta de recurso humano, es sencillamente un estereotipo más de la anulación del sujeto.
Lo peor es que aún muchos creen los típicos mitos de: “la discapacidad está en las mentes que se dicen sanas, que: la peor discapacidad es no poder amar, que: todos los discapacitados son ejemplos de vida, la peor discapacidad es la mental, la discapacidad que más paraliza es el miedo, que: querer es poder”; con esto, siempre me he preguntado, si los discapacitados son ejemplos de vida, ¿por qué nadie quiere ni desea ser discapacitado? Si la discapacidad es no poder amar ¿entonces todos los despechados son discapacitados? Pero lo más grave lo encuentro cuando dicen: la peor discapacidad es la falta de voluntad; me pregunto ¿cuál voluntad?
Si supieran lo jodido que es ser discapacitado, no ya porque la condición sea tan complicada, o por la salud que se cree dañada lo sea, lo es no por serlo, sino por lo que se es afuera, en el mundo y lo cotidiano, en la calle, las cosas de la vida diaria; ahí los taxis te cobran más caro porque «pierden tiempo», es imposible usar transporte público porque no están adaptados, resumidamente moverte “es caro, muy caro”; si eliges ir al cine encontrarás que rara vez tienen elevador y eso te obliga a ver todo en primera fila con dolor de cuello incluido; lo mismo pasa con teatros y auditorios, donde si intentas degustar un concierto lo mejor es no ir, y si decides ir, deberás siempre comprar boletos VIP porque no existe otra área “para estar”; irónicamente los bancos te insisten en ser sus clientes y te dan una y otra tarjeta de crédito o débito, pero luego se niegan darte tu dinero o los servicios porque no firmas o usas huella, y de pronto ya no eres “sujeto de derechos”, y obligan a que otro firme por ti. Peor aún, las aseguradoras se niegan a darte seguros de vida, a lo mucho, te aseguran por mucho menos “por ser discapacitado”; dudo que sepan, que la mayoría de veces se impide donar órganos o sangre, y si se logra, es luego de mil trámites y renuncias de responsabilidad, “por ser discapacitado”. Salir de la casa propia es toda una odisea extrema, las aceras sin rampas repletas de “postes y puestos” a la mitad del paso, de puentes peatonales que obligan a “cruzar por debajo” y si te atropellan, la culpa es tuya por no usarlo; las nuevas plazas comerciales siempre lucen bonitas con sus rampas de planta baja pero en ninguna se le ocurrió a alguien pensar que un cliente discapacitado también compra en segundo y tercer piso, o no puede leer sus señalamientos; o tal vez si lo pensaron y les “valió madre”, al fin, no hay sanción por ello. Es tan jodido ser discapacitado que hasta las “putas” te cobran más caro porque es un «servicio especial».
¿Qué voluntad puede tenerse así? ¿de qué falta de voluntad hablan? Si cada día, en cada momento y en tantas cosas todo es contra ti, ¿qué voluntad puede tenerse si basta intentar salir para concluir que estás en el lugar equivocado donde todo funciona menos tú? ¿de dónde puede surgir el ánimo si no importa lo que seas, el discapacitado seguirás siendo, el pobre, el necesitado, el incapaz, el débil, el inútil, el que “no importa cuánto tenga, a él siempre algo le falta”?
Por todo eso y tantas cosas no puedo concluir distinto a que: esté mundo no es para los discapacitados, no lo ha sido y no lo será nunca; más que un arrebato, es mi más franca conclusión. No se puede sembrar futuro cuando se arrebata el presente.
Rosemberg Román
03/12/2014
PD.
Todos “aman” a los discapacitados, pero nadie quiere tener uno en casa, algo anda mal ahí.

 

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