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#JuegosFlorales

25 abril 2019

José Luis Castillejos

El literato, académico y periodista César Augusto Trujillo Sánchez ganó los «Juegos Florales 2019» con su poemario «La Luz que no se nombra».

Ello constituye un hito para la literatura chiapaneca.

Convocado por la Arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez, el Patronato de la Feria de San Marcos, el Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura, y la Casa de la Cultura Luis Alaminos Guerrero, el certamen atrajo el interés de varios exponentes de la literatura.

El Jurado Calificador leyó y deliberó sobre el trabajo de César Trujillo quien se presentó al concurso con el seudónimo de «Blanca Margarita».

Esta noche el poeta dará lectura a su obra en la Casa de la Cultura Luis Alaminos Guerrero, ubicada en la Primera Poniente y Segunda Norte de la capital chiapaneca.

Apegado a los sueños del pasado, César Trujillo evoca su infancia y aún recuerda a su abuela con la que creció su alma de niño:

«Abuela, 

voy a cavar muy hondo para limpiar tus huesos:

dejaré una manta 

para que no te sientas sola. 

Voy a cavar muy hondo, 

tanto 

como lo exija mi tristeza.

Abuela, 

en tu ropero quedó el rosario:

olvidamos ponerlo entre tus manos, 

dejamos también tus zapatos color rosa 

y los aretes de filigrana que te regaló el abuelo. 

Te imagino buscándolos, 

desconsolada, perdida, creyendo el extravío. 

Nadie te conocía como yo».

La desaparición física de la abuela que lo encaminó por el sendero del bien le sembró de tajo todo el dolor del mundo en las entrañas.

¿Porqué te moriste sin zurcir mi corazón, 

sin desatar la bestia que guardo 

aquí en el pecho?, se pregunta en su evocación de la infancia.

Y pareciera la abuela responderle:

«No es a mis pasos a los que debes temer, ni al ruido de mis huesos: 

porque de fantasmas están poblados tus ojos; porque el abuelo nunca 

se fue de casa y se quedó esperando en el sofá, con la bala metida 

entre su pecho. Déjale agua en la ventana, un mendrugo de pan, la 

oración que inventamos cuando llovía a cántaros y los truenos nos 

arrancaban de la cama: tiene miedo».

La Abuela marcó la vida del literato, tras su escapada a otros confines se marchitó el jardín de la casa y renunció a florecer el limonero. El geranio protestó y, desde entonces, se niega a ver el sol.

La necesitan como al viento cantando en la ventana, 

como la piedra 

para saber que no hay dureza eterna.

Abuela, 

¿por qué moriste 

sin decirnos la forma 

en que se conserva la memoria?

Al ganador de los Juegos Florales le marcó la vida la muerte de su hermano que sería el heredero del mundo de canicas.

Cuando murió la madre, el poeta clavaba los rieles de La Bestia. 

Una mariposa revoloteó su sombra: 

se posó en el marro de doce libras, en la punta de sus botas. 

Sentió el dolor rebanando su garganta. 

Cuando murió su madre 

comenzó a fumar para legitimar su propia muerte.

Y sobre su abuelo recordó que siempre dejaba 

una doblada de frijol, 

un trozo de chile, 

un pedazo de masa sin batir, 

un puñado de sal 

y un cigarro encendido 

sobre una roca envuelta 

entre lo verde de las lamas. 

Para los duendes, decía 

y fumaba. 

En cada bocanada, 

mientras sus ojos dibujaban 

con angustia 

el horizonte 

y el agua corría 

como murmurándonos 

algo que nunca 

pudimos comprender, 

la muerte escribía su nombre.

La extraordinaria poesía de César nos lleva a su casa, nos revela cómo caminar con la muerte sin sentir miedo.

Trujillo es de la nueva generación de poetas que echa anclas en la nostalgia sin que muera en el intento por dibujar un mejor horizonte cotidiano desde el periodismo donde se mete a los vericuetos del poder sin perder las agujetas de los zapatos.

Ahí hay que seguirlo desde el Código Nucú pero esa es otra historia y otro entramado.

Hay que leerlo en Abril para que nunca se nos olvide de donde venimos, donde andamos y a dónde vamos. (José Luis Castillejos)

 

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