28 Abril 2016
Mario Caballero
Kimberly
Diana volvía de la universidad para recoger a su hija de la guardería. Eran las 03:30 de la tarde y soplaba un viento tranquilo pero frío. Cuando se bajó del transporte colectivo y comenzó a caminar por la acera se percató del tumulto de gente que había a unos doscientos o trescientos metros delante de ella. A esa distancia no lograba distinguir dónde estaban esas personas realmente, si cerca de la guardería o frente a la guardería. ¿Habrá ocurrido alguna desgracia?, se preguntó, y nada más de pensarlo se le revolvió el estómago.
Conforme se fue acercando distinguió las patrullas del municipio, ambulancias de protección civil y autos utilitarios de Sedesol y del Sistema DIF estatal estacionados en desorden. Había personas uniformadas con gafetes colgándoles en el cuello, otras que hablaban por teléfono o en aparatos de radiofrecuencia. Las sirenas estaban apagadas, solamente parpadeaban algunas luces rojas y azules.
Había mucha inquietud. La expresión en las caras reflejaba angustia. El trayecto para Diana le parecía más largo de lo acostumbrado. Veía cómo los vecinos se amontonaban para enterarse del chisme sin importarles el caos que causaban en la calle. Y las maestras de la guardería, todas juntas a un costado de la entrada, se veían espantadas, nerviosas en comparación con sus abogados que ya estaban ahí tomando nota junto a los peritos.
La gente iba y venía desconcertada. La cinta amarilla de PROHIBIDO EL PASO ya estaba colocada delimitando el acceso. Ciertamente algo había pasado en la estancia infantil, donde horas antes la hija de Diana fue llevada por su abuela.
“Entréguenme a mi hija”, pedía Diana. “¿Dónde está mi hija? Denme a mi hija, por favor”, suplicaba Diana a las maestras ya desesperada. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y nadie le hacía caso, nadie le decía dónde estaba Kimberly. Comenzó a empujar a algunas personas, a hablar más fuerte, a gritar con agitación solicitando que le dieran a su hija, pero nada más la volteaban a ver para decirle que no sabían nada. Hasta que una mujer de nombre Denisse Nolán Navarro Pérez, que era la coordinadora en Chiapas del Programa de Guarderías Infantiles, se le acercó para darle la noticia: “Tu hija está muerta”.
Hay tragedias que nunca se olvidan. Y ésta fue una de aquellas. Ese día Diana y Felipe llegaron a la conclusión de que a veces la vida pude ser muy ingrata. Y lo comprobaron de la peor manera la tarde del 27 de febrero de 2015, quizá la tarde más larga y más dolorosa que nunca antes hayan vivido.
Diana Ramírez era una universitaria de 18 años de edad. Felipe, tan sólo tres años mayor que ella, tenía la responsabilidad de trabajar para mantener el hogar. No eran ni pobres ni ricos, pero sí razonablemente felices junto a su hija Kimberly, la niña de un año y ocho meses que adoraban con toda el alma.
De lunes a viernes la rutina era más o menos la misma, con pequeños cambios de acuerdo a las circunstancias que se presentaban pero por lo regular eran poco frecuentes y sin importancia. Siempre era Diana la primera en levantarse. Hacía el desayuno de su esposo, metía sus cosas en la mochila y preparaba la pañalera de Kimberly para que cuando llegara la abuela ésta ya estuviera lista. Una vez terminada la faena, antes de las siete ya estaba saliendo rumbo a la escuela.
El 27 de febrero de 2015, fue viernes. Para ese día los del clima pronosticaron temperaturas bajas por la mañana, que subirían hasta los 28 grados centígrados durante el día y luego volverían a bajar a los 17 o 20 grados por la noche. Lo normal para ser invierno. Así que esa mañana para cuando llegó la abuela para llevarla a la guardería, Kimberly estaba bien abrigada, con suéter, gorro y pantalones gruesos. La niña y su abuela fueron las últimas en salir de la casa, sin saber que nunca más lo volverían a hacer juntas.
Mientras sus padres hacían cada quien sus labores, Kimberly Isabella Albores Ramírez hacía lo propio varios días a la semana en una guardería llamada Pasitos de Colores, perteneciente a la Secretaría de Desarrollo Social, ubicada en el Camino de la Almena, Manzana 37, Edificio 325-A, en la colonia San José Chapultepec, al norte de Tuxtla Gutiérrez.
Ahí Kimberly permanecía varias horas entre juegos, el desayuno y el almuerzo, en espera de que su mamá la llegara a recoger casi siempre a la misma hora por la tarde. A veces la maestra le permitía que pintara algún dibujo en esos libros que sirven para colorear, pero por lo general jugaba con los juguetes de plástico de los estantes.
Todas las mañanas la pequeña Kimberly despertaba con una enorme sonrisa. Ya caminaba y empezaba a hablar. Su primera palabra fue mamá, y antes de que pudiera decir leche dijo agua. Todos en la familia la querían mucho y ella parecía saberlo porque era cariñosa con todos y repartía besos tronadores. Con Diana, su madre, jugaba a hacer muecas en el espejo. Y cómo le encantaba que le tomaran fotos con el teléfono celular. Era un tierno angelito que vino a darle alegría y mucho ruido al hogar de una pareja joven.
Cinco o diez minutos después de que Diana se recuperara del desmayo, provocado por la terrible noticia de Denisee, logró con insistencia que la llevaran a ver a su hija. Durante el cortísimo tiempo en que tardaron en llegar al cuarto donde se encontraba el cuerpo de la niña, las personas que la acompañaban le dijeron que Kimberly había muerto por broncoaspiración. Pero a ella se le hizo raro.
Cuando por fin llegaron, Diana retrocedió y se volvió hacia atrás un paso. Tambaleaba, con los ojos dilatados y llenos de lágrimas. No lo podía creer. ¿Cómo era posible que la niña que tanto amaba, que hacía apenas unas horas estaba tan radiante y llena de vida, de pronto estuviera tan quieta, inmóvil, sin su sonrisa y con los ojitos cerrados. Kimberly estaba muerta.
La escena era un poco confusa, parecía que nadie más hubiera entrado en el cuarto ese día. Estaba demasiado limpio y con todas las cosas acomodadas en su lugar. Pero en medio de aquella habitación, el cuerpo de la bebé, tirado en el suelo, tenía heridas en la frente y en el cuello. Diana quiso abrazarla pero se lo impidieron, ni siquiera dejaron que se acercara, le dijeron que tenía que esperar a que las autoridades revisaran el lugar antes de levantar el cadáver.
Días después de la necropsia, se supo que Kimberly tenía por lo menos dos o tres horas de haber fallecido antes de que llegara la ambulancia. Y que no había muerto por broncoaspiración como le dijeron a Diana, ya que no encontraron ningún objeto, o fluido o alimento obstruyendo su tráquea, sino que fue por asfixia mecánica por ahorcamiento. En su cuello tenía marcas, tal vez de un cable, lazo o listón que nunca encontraron, presentaba igualmente dos golpes en la parte frontal de la cabeza y dos huesos fracturados.
Ese mismo día fueron consignadas en el Centro de Reinserción Social para Sentenciados No. 14, “El Amate”, en Cintalapa, la maestra Citlali Anahí Díaz de la Cruz, presunta autora del infanticidio, y Yuridia Vinicia Sarmiento Sánchez, responsable de la guardería y acusada de cómplice.
Los resultados del peritaje arrojaron que ninguna de las personas encargadas de cuidar a los niños contaba con estudios de puericultura, ni eran educadoras y tampoco tenían la capacitación necesaria para cuidar infantes. Incluso una de las supuestas maestras poseía antecedentes por posesión y uso de drogas.
El 7 de marzo de ese mismo año, fecha en que presuntamente se les dictaría sentencia a las acusadas, el Juez Tercero Penal de “El Amate” reclasificó el delito de homicidio doloso al de “homicidio culposo no grave”. Y el día siguiente, 08 de marzo de 2015, fueron puestas en libertad sin siquiera dar fianza y sin restricción alguna.
Hasta nuestros días no hay justicia para la muerte de Kimberly. Y tampoco hay respuesta a los amparos interpuestos en la Quinta Sala del Juzgado Federal por los abogados de Diana Ramírez, en los que solicitan que Citlali Díaz y Yuridia Sarmiento sean juzgadas por homicidio doloso, tal como inició el caso, y sea anulado el fallo emitido por el juez el día 25 de abril.
La pregunta insistente es, ¿hasta cuándo acabará la impunidad en Chiapas? De este y otros casos es responsable Rutilio Escandón Cadenas que se presume está encubriendo a sus jueces y permitiendo que más familias salgan lastimadas.
Ya van tres años de injusticias con Rutilio Escandón al frente del Tribunal Superior de Justicia. Otra pregunta es: ¿cuánto tiempo más tenemos que soportar a un Poder Judicial del que se dice privilegia la corrupción y el tráfico de influencias?
PARA MAGDALENA
Prima de mis desvelos, tenemos que hablar sobre lo que rodea al tema de Chenalhó. Porque no es como nos lo pintan los pobladores, sino que detrás del aquelarre hay claros objetivos económicos que mueven la revuelta. Lo explicaremos el sábado… Si de casualidad ves al senador Roberto Albores Gleason, dile que le están saqueando el rancho. Dile que como lo dejó abandonado ya le llevaron las gallinas, los patos y los gansos, y que nada más le están dejando puros bueyes y burros. Urge, prima… Au Revoir.
@_MarioCaballero