29 Diciembre 2016
Mario Caballero
CUANDO EL CINISMO LE DEFIENDE SU HONESTO NOMBRE
En enero de 2012, Ernesto Zedillo Ponce de León, ex presidente de México y hoy profesor de economía y política en la Universidad de Yale, manifestó su enojo contra la comunidad indígena de Acteal al saber que lo habían denunciado por la masacre de 45 personas. Dijo: “Las acusaciones que interpusieron en mi contra son indignantes y todas ellas carentes de fundamento”.
Días después, el Departamento de Justicia de Estados Unidos le otorgó inmunidad diplomática y por consecuencia impunidad, es decir, lo libraron de hacerle frente a las querellas interpuestas en su contra en las que lo señalaban como responsable intelectual de la matanza de 45 indígenas. Entonces dijo: “Las acusaciones en mi contra no podían proseguir porque para ello se necesitan pruebas y en éstas no las hay”.
Lo dicho por Ernesto Zedillo frente a las decenas de cámaras de televisión fue una exhibición más del cinismo de los poderosos, esta vez protegida bajo el suave manto de la impunidad.
Parapetarse en las trincheras del gobierno estadounidense fue la táctica de salvación de Zedillo (total que a él y a los gringos no les dolieron las balazos, y los llantos se oyeron en las casas de los vecinos no en las de ellos), y el cinismo, sinónimo de salud mental para los triunfadores ansiosos de recuperar el sentido del humor, recobró la “honorabilidad” del nombre de Ernesto Zedillo al ser defendido en otras esferas del gobierno no obstante la verdad imperante, doliente y sufriente en las familias de las víctimas que no les quedó de otra que rechazar la decisión, hacer berrinche y seguir luchando con los armas a su alcance para que –en algunas de esas- les hagan justicia.
DEL CINISMO
La Real Academia de la Lengua Española define el cinismo como desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables, también como impudencia y obscenidad descarada. El comediante Jesús Martínez, Palillo, usó en sus insultos contra los priistas las palabras inverecundo, pocalucha y méndigos.
Defenderse es un derecho constitucional que posee todo ciudadano, pero el cinismo es un escarnio imperdonable. Es, como ya afirmamos, medicina para la salud mental y parte fundamental de la ética y moral que ha distinguido a los priistas de la vieja guardia de la que se despliega un largo catálogo de dichos para la paremiología política, como las siguientes: “Detrás de cada político honesto hay una mujer mal vestida”, o “Hasta que le hizo justicia la Revolución”, o “Honrado, honrado, honrado, no lo es; honrado, honrado, tampoco; honrado, puede que sí”.
También están estas joyas: “Vino a gritarme a la oficina que el fraude era inadmisible. Le pregunté: ¿A ti te consta que las balas no te duelen? Se salió hecho un corderito”. O esta otra frase en la que un jactancioso le dice a un priista: “Yo nunca he votado por ustedes. Le responden: ¿Y cómo lo sabe?”. O esta variante: “Llega un señor a la casilla que le corresponde y le dice al encargado: ‘Caray, por una y otra razón hace treinta años que no voto en la casilla de mi pueblo. Pero por fin, por vez primera, voy a poder hacerlo’. Y el encargado le contesta: Eso cree”.
La resistencia al cinismo perdió su energía y estoicismo. Ya no da tanta risa como antes. Se fue desgastando rápidamente a través de los actos y críticas feroces, por tanto que del lenguaje espiritual e íntimo de los priistas pasó a la voz del periodismo y de ahí al pueblo incrédulo, siempre está jadeante de la verdad.
Ya era bastante grave afirmar que el ex presidente Zedillo era inocente y por ende libre de todo proceso penal en su contra, y que lo que sus lacayos, subalternos y funcionarios hubieran hecho, a pesar de que fuera acatando sus órdenes (como mandar acribillar a punta de metralla a indígenas separados del movimiento zapatista), no era motivo suficiente para cuestionar y negarle la inmunidad que le prescribió el gobierno Americano.
Pero mostrarse indignado, a tal grado de amenazar con cortarse las venas, ante las exigencias de justicia de todo un pueblo cuando hay pruebas suficientes de la culpabilidad de las autoridades del momento, es por demás insolente: es la apología del descaro.
Ahora, al cumplirse 19 años del doloroso acontecimiento, justicia y verdad es lo que han venido pidiendo las familias de las víctimas, los huérfanos, la sociedad chiapaneca que aún no logra olvidar. Por eso la actitud casi inmediata –y razonable- de la organización Las Abejas de sentirse ofendida ante la protección que le dieron a Zedillo y a sus secuaces, y por la infamia que les crearon al acusarlos de haber pedido una indemnización de 50 millones de dólares para reparar los daños, así como la pérdida de sus hijos, nietos y padres, cosa que viendo siendo una reverenda mentada.
BREVE RECUENTO
La matanza que se perpetró el 22 de diciembre de 1997, en la comunidad de Acteal, municipio de Chenalhó, convulsionó la política de ese entonces y enlutó a todo México. La noticia de la masacre traspasó las fronteras. Todo el mundo quedó compungido al ver los ataúdes abiertos y las decenas de personas llorando alrededor. Era imposible creer que a veces la muerte suele ser muy despiadada.
Cuarenta y cinco personas murieron ese día: 18 niños (entre ellos un recién nacido), 22 mujeres y 6 hombres, todos indígenas tzotziles de la organización Las Abejas.
Según el cerco de información, todos los fallecidos se encontraban rezando en el interior de una capilla cuando presuntos miembros del grupo Máscara Roja los atacaron con armas de fuego de grueso calibre y, ahí mismo, los fueron aniquilando sin la menor misericordia.
Unos 90 paramilitares se encargaron de realizar el diabólico crimen. La operación se extendió durante siete horas y se desarrolló a tan sólo 200 metros de un retén de la policía, donde nadie escuchó nada, ni los disparos, ni los gritos de terror.
En las pesquisas unas 100 personas, en su mayoría indígenas, fueron detenidas y luego recluidas en la cárcel de Tuxtla Gutiérrez. Después de esto vino la intervención del entonces obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, que pidió a la Procuraduría General de la República (PRG) que estuviera a cargo las investigaciones y de dar con los responsables, porque según él era la más preparada para hacerlo.
De ahí en adelante salieron a relucir testimonios, pruebas y confesiones tanto de personas que “presenciaron” el ataque como de los responsables de la matanza, que fueron señalados por los primeros. Pero la acumulación de evidencias trajo consigo distintas versiones que en el desarrollo de las investigaciones fueron cayendo en contradicciones.
Momentos después de consumarse el asesinato las promesas de justicia no tardaron en llegar. El ex gobernador interino del estado de Chiapas, Julio Cesar Ruiz Ferro, impuesto por Ernesto Zedillo en sustitución de Eduardo Robledo Rincón, que fue echado a patadas del gobierno del estado, fueron los que ordenaron las averiguaciones y castigar a los criminales con todo el peso de la ley.
Para ese entonces ya se sabía que Zedillo Ponce de León, desde diciembre de 1994, había desplegado un intenso operativo militar en contra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, armando y entrenando a indígenas priistas para que hicieran, como él mismo dijo, el trabajo sucio.
A Ruiz Ferro se le atribuye la siguiente declaración: “Mi presidente (dirigido al presidente municipal de Chenalhó, Mariano Arias Cruz), no te preocupes, deja que se maten. Yo luego voy a mandar la seguridad pública para que levanten a los muertos”. El 7 de enero de 1998, renunció al cargo.
IMPUNIDAD
Después de saber lo acaecido ese día que se considera el suceso más dramático antes del fin del milenio, los pronunciamientos de Ernesto Zedillo y del Departamento de Justicia de EEUU, son muestra del cinismo en su estado más puro. Sin embargo, en estas no hay buen humor y no sirve de paliativo para la salud mental, no hay las ganas de burlarse del comportamiento de los políticos cuando frente a sí hay decenas de muertos y un acto salvaje de exterminio político-paramilitar.
Se despliega -eso sí- la solemnidad del horror, las demandas de justicia que no encuentran asideros confiables por ningún lado. Y se ensancha la bandera de la ignominia y la desvergüenza frente a la colectividad memoriosa que debe seguir luchando sin distraerse en la sórdida mentalidad de los gobernantes, porque el cinismo y su sentido del humor se borran cuando hay impunidad. Au revoir.
@_MarioCaballero
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