09 Septiembre 2017
MARIO CABALLERO
¡NO LE TEMAN A LA IRA DE DIOS!
Recuerdo que cada vez que ocurría un temblor mi abuela nos decía: “¡No le teman a la ira de Dios!”. Así que mientras veíamos a nuestros vecinos salir corriendo de sus casas, nosotros nos quedábamos refugiados en el cuarto, en la sala, en la cocina o donde nos hubiera agarrado el sismo. Aunque anoche, lo admito, sí sentí temor.
Como soy un noctámbulo, un hombre que vaga en las horas oscuras entre series de televisión, películas, libros y revistas, estaba despierto en el momento exacto en que ocurrió el terremoto de mayor magnitud en la historia de Chiapas y quizá de México. Fue, según informes del Servicio Sismológico Nacional, de 8.2 grados en la escala de Richter. Terrorífico es una palabra que no alcanza a describir lo que sentimos muchos chiapanecos a las once de la noche con cuarenta y nueve minutos del 7 de septiembre, un día que quedará grabado para siempre en nuestra memoria, si es que antes no nos visita el alemán (Alzheimer).
Después de ver varios videos en las redes sociales donde el terremoto literalmente mece los edificios como si fueran hamacas, le doy gracias a Dios de que vivo en planta baja. Cada persona tendrá su propia historia de cómo vivió -o sufrió- el sismo. Yo estaba en la cama viendo por la laptop un videoclip sobre la vida de Miguel Hidalgo durante la Guerra de Independencia. ¡Qué ironía! Mientras repasaba la historia independentista de México en pleno mes patrio, las letras del Himno Nacional Mexicano se hicieron realidad: “Y retiemble en sus centros la tierra/ Al sonoro rugir del temblor”.
El peculiar sentido del humor de los mexicanos no esperó mucho tiempo luego de la sacudida para inundar las redes con memes, una herramienta que se está convirtiendo en un clásico para aliviar a través de la burla lo que no podemos solucionar con acciones. Uno de esos con una fotografía del presidente Enrique Peña Nieto lanzando una tremenda carcajada en medio de un grupo de gente, decía: “No teman el terremoto. Estamos moviendo a México”. Sin embargo, minutos antes el corazón se nos quería salir del pecho.
No habían pasado ni cuatro minutos de comenzar a ver el vídeo cuando sentí los primeros movimientos telúricos. Estaba temblando. Me levanté de la cama y le avisé a mi esposa, que estaba durmiendo con mi hija. ¡Levántate! -le dije-. Es un temblor. Se incorporó y tomó a la niña en sus brazos. Al verla adormilada, previendo algo peor, le pedí que me la diera.
No pasaron más de diez segundos desde que me levanté de la cama hasta que cargué a mi niña, pero para ese momento el piso bajo mis pies se movía así como se mueve la tierra en una zaranda. “No le teman a la ira de Dios”, decía mi abuela. Mi temor no era eso, sino que algo malo le pasara a lo más valioso que tengo en la vida: mi familia.
Los consejos de los expertos indican que no hay correr ni salir a la calle en caso de un temblor. Un tropezón puede ser más fatal que el terremoto. Las dos mujeres que fallecieron en San Cristóbal de las Casas, salieron de su hogar y una barda les cayó encima. Tampoco hay que acercarse a las ventanas ni a los muebles pesados, dicen. Con el movimiento los cristales pueden romperse y caernos encima, cortándonos de gravedad. Así que para ponernos a salvo nos colocamos bajo el marco de la puerta de la habitación. Ahí, durante el eterno minuto y medio que casi duró el temblor, pasamos el suplicio más espantoso que pensamos que nunca iba a acabar.
A nuestras espaldas, crujía la puerta que da al patio. Las camas se sacudían. Las lámparas del cuarto y de la sala se apagaban y encendían al más puro estilo de las películas de terror. Pegada a mi pecho, mi pequeña dormía sin saber que a su alrededor el mundo parecía caerse a pedazos. El ropero, que para moverlo se necesitan cuatro personas, brincaba a su antojo sobre el suelo. Los cuadros en las paredes se mecían de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, sin parar, hasta que uno a uno fueron cayendo.
Hasta el fondo de la casa, en la cocina, se escuchaba fuerte el ruido de los cristales romperse contra el piso. Los libros comenzaron a caer. Los portarretratos, adornos y cosas dejadas sobre los muebles, caían para todos lados. Las paredes retumbaban en una nota grave como de mil tambores tocados al mismo tiempo y acercándose a ti. Una manzana puesta sobre el comedor rodó hasta quedar atrapada en el asiento de la silla. Frente a mis ojos, un carrito del supermercado de juguete avanzaba lentamente hacia el centro de la sala, como si una mano invisible la empujara.
Afuera, en la calle, se oían gritos de desesperación, llanto y las alarmas de los autos. Adentro, entre el eco de los muros, nos aferrábamos el uno al otro con rostros de espanto, protegiendo a mi pequeña niña con nuestros cuerpos pegados. “Parece que ya está parando”, dijo mi esposa, pero a eso le siguieron varios segundos más de un vaivén terrible e insoportable. Al terminar todo era oscuridad.
CORRAN, ESTO ES UN TERREMOTO
Si algo sabemos los mexicanos es de desgracias.
También en día jueves, pero a las siete de la mañana del 19 de septiembre de 1985, ocurrió un terremoto que alcanzó una magnitud de 8.1 grados. Aquella vez el epicentro se localizó en la costa del estado de Michoacán. Afectó las zonas centro, sur y occidente del país, particularmente a la Ciudad de México, donde nunca se conoció la cifra oficial de los muertos ni de los daños económicos. Pero se estima que el número de fallecidos va desde los 3 mil 192 hasta los 20 mil, y el costo está calculado en 8 mil millones de dólares.
“Está temblando. Está temblando un poquitito, pero no se asusten vamos a quedarnos… Le doy la hora. Siete de la mañana, dieci… ¡Ah, chihuahua!… Siete de la mañana, diecinueve minutos, cuarenta y dos segundos tiempo del centro de México… Sigue temblando un poquitito, pero vamos a tomarlo con una gran tranquilidad. Vamos a esperar unos segundos para poder hablar…”, dijo Lourdes Guerrero en el instante que ocurría el terremoto mientras ella conducía el programa Hoy Mismo.
Esa ha sido una de las catástrofes más mortíferas de la historia de la Ciudad de México. La réplica del día siguiente terminó por derribar las casas y los edificios que la primera zarandeada no pudo. El gobierno de Miguel de la Madrid no estaba preparado con protocolos de acción y de recursos para enfrentarse a situaciones de esta índole. No había, pues, cultura de protección civil. En lugar de que el presidente procurara la ayuda y asistencia, fue a los lugares siniestrados como para satisfacer el morbo y nunca más volvió.
Fernando Morán decía que las generaciones se definen por la conducta de sus minorías. Así que fueron los propios habitantes los que se auto organizaron para las labores de auxilio y rescate, para el acopio de alimentos y medicinas, la atención de los heridos, la instalación de los albergues, la localización de los desaparecidos y familiares de las víctimas y, entre otras actividades, preparar los alimentos para los damnificados y los rescatistas voluntarios.
Diez años más tarde, el 9 de octubre de 1995, a las 09:35 de la mañana, ocurrió otro terremoto con una magnitud de 8.0 grados Richter, cuyo epicentro se localizó en la costa de Colima provocando la muerte de 49 personas y miles de damnificados. Ese sismo fue seguido por 15 réplicas de entre 4 y 5 grados hasta las seis con siete minutos de la tarde del mismo día. Detrás también vino un tsunami que golpeó las costas de los estados de Jalisco y Colima.
MI RECONOCIMIENTO
El terremoto de la noche del jueves es el mayor registrado en un siglo. Hasta la una de la tarde del día viernes se habían reportado 337 réplicas, la mayor de 6.2 grados. La ciudad de Juchitán parece ser la más dañada. De acuerdo a las distintas versiones oficiales hubo 58 muertos en total: 45 en Oaxaca, 10 en Chiapas y tres en Tabasco.
Por otro lado, aplaudo las urgentes acciones del gobernador Manuel Velasco Coello. Reconozco su sentido humanitario, la ayuda prestada a los damnificados de la costa, la atención personal a las víctimas, la disposición de los recursos estatales para la reparación de los daños y hacer todo lo que estuvo a su alcance. “El hombre vale por lo que sirve, no por lo que sabe y menos por lo que tiene”, decía el abuelo del gobernador.
No le teman a la ira de Dios. Mejor demos gracias a Dios porque sin su favor hoy no estuviéramos aquí. ¡Chao!
@_MarioCaballero
yomariocaballero@gmail.com