22 Septiembre 2017
MARIO CABALLERO
¿PODEMOS EMPEZAR DE NUEVO?
Otra vez, salvo por las lamentables pérdidas humanas, México está de pie gracias a los mexicanos. Cuando el Ejército, Protección Civil, la Marina y el Gobierno de la República reaccionaron, la gente ya tenía horas trabajando en las labores de rescate y en el acopio de víveres. El término “sociedad civil” y la palabra “solidaridad” que empezamos a utilizar hace 32 años, volvieron a hacerse presente.
¿Qué aprendimos del terremoto de 1985 y qué podemos aprender ahora?
Desde luego, podemos ver que en la tragedia actual existe una mayor preparación en las acciones de rescate y en la rapidez de la organización voluntaria de la gente, pero como hace 32 años el terremoto de 7,1 grados en la escala de Richter reveló las mismas carencias del pasado. Si se derrumbó una escuela y un taller textil quiere decir que se siguieron dando permisos de papel; se permitió que gente siguiera viviendo en edificios viejos y dañados. Y ahí están las consecuencias de que nadie se haya interesado por arreglar las cosas.
“Dios nos dio otra oportunidad de vida para arrepentirnos”, escuché decir a un sobreviviente. Y también para corregir nuestros errores, agregaría. Porque en realidad no hay mucho contraste entre ambos terremotos, quitando los avances tecnológicos que fueron muy importantes para la transmisión de la información y la diferencia en la magnitud de los sismos, la catástrofe, los derrumbes y los muertos fueron por casi las mismas causas: una mala planeación de las edificaciones, falta de entrenamiento en casos de siniestro y corrupción de todos los pasados gobiernos.
Respondiendo a las preguntas, podríamos decir que no hemos aprendido nada.
LAS TRAGEDIAS
Dicen que un rayo no cae dos veces en un mismo lugar, pero el 19 de septiembre fue para la Ciudad de México una excepción muy horrorosa. En los últimos sexenios México se ha convertido en el país de las tragedias, con más de cien mil muertos por la guerra contra los cárteles de la droga y gobernadores de la “Nueva clase política” que se roban hasta los clips. Ahora, con dos terremotos sucedidos en un lapso de doce días parece que aquí nadie puede estar a salvo.
Debemos aprender a vivir juntos como hermanos o vamos a perecer juntos como tontos, decía Martin Luther King Jr. Sin duda, en la catástrofe reciente la solidaridad ciudadana ha sido la gran protagonista. Por esa solidaridad que no mide colores partidistas, niveles sociales ni militancia política, hemos olvidado por un momento que vivimos en plena guerra por el poder, en la antesala de las elecciones de 2018, y que esas batallas por el dominio han enfrentado a los mexicanos que hoy trabajan hombro con hombro por salvar vidas.
Es triste que en la tragedia de Chiapas, Oaxaca, Morelos, Tlaxcala y en la Ciudad de México, no hayamos visto hasta el momento a ningún diputado, senador, presidente municipal, secretario de Estado, funcionario, etcétera, acarreando cubetas con escombro, ayudando en las labores de rescate, prestando sus vehículos para el traslado de heridos, escalando las montañas de derribo, llevando alimentos, agua, medicamentos. Bueno, ni siquiera los hemos visto en las áreas de derrumbe.
Están en la comodidad de sus hogares, en sus lujosas oficinas, en sus departamentos de recreo, observando el sufrimiento de la gente por televisión. Están en las redes sociales pronunciándose por cualquier cosa. Andrés Manuel López Obrador prometió que donaría el 20 por ciento del dinero de Morena a los damnificados de Chiapas y Oaxaca, y no lo hizo. Horas después del terremoto del 19 de septiembre volvió a prometer lo mismo, lo que hace pensar que la promesa le funcionó muy bien la primera vez.
Si algo sabemos es que AMLO no da paso sin huarache. De sobra sabe que dicho ofrecimiento no puede cumplirlo porque al tomar dinero que está destinado para algo en específico, en este caso para el sostenimiento del partido, estaría violando la ley y cometiendo un crimen que se paga con cárcel. Cualquier cantidad de recursos que la Federación entregue a los partidos o dependencias de Gobierno no pueden desviarse para otros fines aunque éstos sean buenos. Dicho de otra forma, López Obrador envió un “mensaje de esperanza” que nunca pensó cumplir pero que sabía de sus buenas ganancias.
Los desastres naturales siempre han sido muy lucrativos para la clase política. Los primeros días de octubre de 2005, el huracán Stan causó daños en 41 municipios de Chiapas. Levantó techos, derribó casas, desbordó ríos, tiró puentes, árboles, postes de luz y de teléfono, dejando incomunicados a 20 poblaciones y una cantidad incierta de muertos y desaparecidos.
Días después de la tragedia el Congreso de la Unión aprobó al Gobierno de Chiapas 11 mil millones de pesos para la reparación de los daños. Hoy, a doce años de distancia, el ex gobernador Pablo Salazar Mendiguchía debe una explicación sobre el destino de dicho recurso. No sólo aprovechó el dolor y el sufrimiento de los chiapanecos para quedar bien ante el Presidente Vicente Fox y los mexicanos, simulando frente las cámaras de televisión las labores de reconstrucción, sino que además se embolsó todo ese dinero.
La noche del 5 de noviembre de 2007, un deslizamiento de tierra provocó un tsunami de 50 metros de altura que cayó sobre el poblado Juan de Grijalva, en Ostuacán, sepultando entre piedras y lodo a más de cien casas. El entonces gobernador Juan Sabines Guerrero quiso minimizar el suceso dando una cifra de cuatro muertos y 16 desaparecidos, pero la verdad fueron muchos, muchos más.
Para el caso recibió recursos del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), préstamos de Banobras y apoyo del extranjero. A pesar de ello no hizo nada para reparar los daños. Fue dos años más tarde, el 17 de septiembre de 2009, cuando anunció la construcción de Nuevo Juan de Grijalva, que según dijo sería una respuesta a la dispersión social de los pueblos indígenas y a las pérdidas provocadas por los desastres naturales. Durante muchos meses, Sabines Guerrero pagó publicidad para difundir la obra a nivel nacional con el objetivo de promover su imagen y ganar la candidatura a la Presidencia de la República.
Nuevo Juan de Grijalva fue un fracaso financiero y social para Chiapas y México. Hoy es una ciudad fantasma que pone en peligro la vida de las pocas familias que aún habitan en el lugar. En resumen, fue un fraude más del gobierno de Juan Sabines que endeudó a Chiapas con más de 40 mil millones de pesos.
Ya dijimos: Las tragedias del pueblo son lucrativas para el Gobierno.
EMPEZAR DE NUEVO
En los días pasados hemos visto el oportunismo de los gobernantes y de los que aspiran a cargos públicos. En Veracruz, por ejemplo, reparten despensas con la leyenda “Yunete”, organización del mandatario Miguel Ángel Yunes. En Oaxaca, fue captado en vídeo el momento en que se guardaban toneladas de víveres en una de las residencias del secretario de gobierno de Juchitán. En Chiapas, la ayuda humanitaria es repartida entre los afectados del terremoto con emblemas de los partidos políticos y de algunos aspirantes al Gobierno del Estado. Terrible.
Aun así, México se explica como uno antes y otro después de los terremotos. Es importante reconocer que somos una sociedad que en momentos de crisis se vuelca solidariamente para aminorar el sufrimiento ajeno. Un padre que recuperó a su hijo que había quedado atrapado en el derrumbe del colegio Enrique Rébsamen, no se fue a su casa después de sacarlo con vida. “Los papás de los otros niños ya me ayudaron. Ahora me toca a mí ayudarlos a rescatar a sus hijos”, dijo.
Así que dentro de todas estas ausencias de los gobernantes y carencias como consecuencia del desastre hay una ganancia que no podemos ignorar: podemos caminar juntos.
Los mexicanos estamos viviendo un punto clave en el tiempo en el que después de que todo esto pase deberíamos replantearnos la pregunta de si podemos empezar de nuevo como país. Si fuimos capaces de articularnos en lo vecinal y social, también podemos unirnos en ideas para fortalecer nuestras instituciones, salir de la violencia, reconstruir a México y luchar contra la corrupción.
Quizá sea demasiado temprano para echar campanas al vuelo, pero después de ver la manera en que estrechamos lazos de confianza se vale pensar que sí es posible renacer. Si no aprendimos de la experiencia del 85, aprendamos esta vez y hagamos las cosas bien en nombre de los caídos y de nuestros hijos. ¡Chao!
@_MarioCaballero