27 Octubre 2014.
MARIO CABALLERO
EL MODELO DE LA MUJER EN LA POLÍTICA
Antes, hablar bien del desempeño del DIF era prodigar la mentira piadosa, porque jamás fue un instrumento humano preocupado por la situación de miseria y abandono en que viven miles de familias chiapanecas, sino un monumento a la ignominia que en el peor de los casos significó la conchabanza de cada gobierno en turno y la sistemática negación de los programas sociales en beneficio de las familias de Chiapas.
Sin embargo, hoy el tema del DIF adquiere relevancia debido a las buenas acciones ejecutadas, que van en cuanto a poner al alcance de la población los beneficios de programas y proyectos que tienden progresivamente a elevar la calidad de vida de las personas, y que al constituirse como un enlace institucional otorga oportunidades de desarrollo a la sociedad civil al vincularlas con organismos a nivel nacional e internacional.
Además, al analizar la actual situación se ven dos tendencias: la del DIF, como un organismo facilitador de las políticas públicas que propicia el perfeccionamiento tanto del núcleo fundamental de la sociedad como de las comunidades, sobre todo de las que más urgentemente requieren la asistencia social; y la de la Sra. Leticia Coello, representando a la mujer como ente político que fomenta el progreso, la equidad entre los pueblos, la participación de diversas corrientes ideológicas, la transparencia presupuestaria y el desarrollo ético y moral.
LA MUJER EN LA VIDA PÚBLICA
La histórica participación femenina en el ámbito político nunca ha poseído gran notabilidad. Y en los pocos casos no fueron nada gratas. Ahí tenemos, verbigracia, a Elba Esther Gordillo Morales y su red de corrupción y a Martha Sahagún y los escándalos mayúsculos de tráfico de influencias y el encubrimiento de los delitos cometidos por sus hijos. Por lo tanto, si quisiéramos resumir con una sola palabra la incursión de la mujer en la política, esta sería “vulgar”, “desastrosa”, o quizás más atinada, “insustancial”.
Las expectativas de ver rendimientos por la injerencia de las mujeres en las decisiones de gobierno fueron esperanzadoras, más todavía cuando a lo largo de la década de los ochentas y principio de los noventas se comprobó que alrededor del mundo la intervención de las damas fue vital para el progreso y el correcto desarrollo de las sociedades. Para nuestro infortunio, y con la tradición acostumbrada, aquí no ha sido así.
En México, surgió una ola en la década de los ochentas en la que se hizo manifiesta la participación de las mujeres en la política, con lo que al paso de los años se ha incrementado considerablemente al grado que hoy representan el 37 por ciento en la Cámara de Diputados y el 33% en la de senadores. Lamentablemente, y no por falta de capacidad, sus aportaciones no han tenido las repercusiones esperadas ni la propuesta firme, y esto se debe en gran parte por el clasismo avasallador (el machismo) que aún impera en nuestra sociedad.
En Chiapas, así como en todo el territorio mexicano, a las mujeres se les educó para las labores domésticas y la sumisión ante el hombre, y ahí los resultados sí fueron los esperados. Si estudiamos esta formación rigurosa nos daremos cuenta que se convirtió en el entendimiento esencial del país, mismo que obligó por generaciones a impedir el desarrollo del otro género y forzarlo a guardar en la impotencia sus deseos y sus fuerzas físicas e intelectuales. ¡Oh tradiciones del tiempo! ¡Oh maquinaciones nefastas!
En primera y última instancia, la mujer nunca ha sido el sexo débil y aunque sus mayores aportaciones están en otras esferas como la salud, la educación básica, el trabajo social o secretarial, eso no quiere decir -y mucho menos afirmar- que no puede hacer un buen papel en la política.
LETICIA COELLO
Cualquier mujer que entienda los problemas que significa administrar un hogar, está muy cerca de entender los de un país, dijo Margaret Thatcher. Y así habló la Sra. Leticia Coello de Velasco: “Me preocupa mucho la pobreza en Chiapas. Probablemente no pueda dar soluciones a todos los problemas ni tenga todas las respuestas, pero sí puedo escuchar a la gente con el corazón y compartir con ella lo que esté a mi alcance, para que hayan más oportunidades y así poder contribuir un poco al bienestar de los grupos vulnerables”.
Leticia Coello padeció la dura experiencia de perder a su esposo a temprana edad de su matrimonio, pero eso no significó tirarse en el derrotismo y dejarse llevar a la deriva, sino afrontó la realidad y se hizo de valor para convertirse en una mujer que pudo sola sacar adelante un hogar y darles un bienestar a sus dos hijos. Y, quizás, sea eso lo que la mueve a acercarse a las cientos de mujeres que viven ese trance, para apoyarlas, para darles en la medida de lo posible las herramientas con las que puedan superar el obstáculo y construirse una vida. Y, quizás, sea eso lo que también le permite reconocer las necesidades de la gente y tener una visión clara de las situaciones que moldean a Chiapas.
Una posición tan enfática como la de ella, que conoce el estado y sus problemáticas, la han llevado a diseñar políticas públicas que en el transcurso de este tiempo sirven de gran ayuda para mermar el dolor y el sufrimiento de miles de hogares chiapanecos que durante décadas sobrellevaron la pobreza más doliente y la marginalidad más extrema.
La vida pública de Leticia Coello, las acciones a favor de los desprotegidos, el uso legal y factible de las facultades del DIF, el empleo eficiente de la política, el fervor por cambiar el entorno social y económico de las familias, su sentir humano, su valor y los beneficios que le ha proporcionado a los más necesitados, hacen que en ella se recupere la esperanza de darle sentido a lo que debe ser una mujer en la política y al frente de instituciones importantes.
El concepto de democracia sólo asumirá un significado verdadero y dinámico cuando las políticas públicas y la legislación nacional se decidan conjuntamente por hombres y mujeres con equitativa consideración a los intereses y aptitudes de ambas mitades de la población, y esto sucederá cuando las mujeres despierten del letargo y asuman su responsabilidad ante la sociedad. Y así como doña Leticia Coello, que en cabal cumplimiento de la encomienda, compone, en el sentido más estricto, la productiva participación de la mujer en la vida política nacional con grandes resultados sociales, democráticos y políticos.
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