15 de mayo de 2015
Mario Caballero
LAS HUMORADAS DE FELIPE CALDERÓN
Las declaraciones recientes del ex presidente Felipe Calderón Hinojosa acerca de los resultados del gobierno actual, evidencian lo imperdonable: El descaro por defender una administración que no supo qué hacer con el poder, que destruyó las esperanzas de toda una nación harta de la mediocridad de los políticos, que creó un país donde ya no es tan fácil frenar la ola de criminalidad y el auge de las bandas delictivas por su obsesión por exterminar el narco, que gracias a su incompetencia en grandes sectores de la población el hambre y las enfermedades gastrointestinales son parte del paisaje natural.
Lo que ha dicho Calderón pertenece al mundo de la estupidez, que afirma y opina sin detenerse tantito a observar la realidad de la situación y su contexto de causalidad.
Y el cinismo contenido en sus discursos y comentarios es el de siempre. Recordemos que una semana antes de entregar la estafeta a Enrique Peña Nieto, en la inauguración de una carretera en el estado de Guerrero, en unas cuantas palabras resumió lo que significó su gobierno y trató en vano de curarse en salud: “Ah, ¿pero cuántos discursos ha habido de combate a la pobreza? ¿Cuántos discursos de combate a la miseria que se vive en la montaña alta de Guerrero? ¿Cuántos gobernantes, cuántos presidentes, cuántos secretarios y cuántos diputados han venido a decir lo mismo?”. Y al no encontrar eco en los sentimientos de la gente ya harta de escuchar sus arengas baratas y sin contenido, tuvo que responderse él mismo: “Yo vine a decirlo también, amigas y amigos, con una pequeña diferencia: yo también vengo a hablar contra la pobreza, pero también me traje la carretera”.
¡Cuánta estupidez! Lo que tenemos que entender es que lo que hace la diferencia entre un buen o mal gobierno es una carretera, aunque ésta haya costado más de mil 487 millones de pesos y transiten por ella nada más 250 autos diariamente.
A más de dos años de haberse terminado el calderonismo, ya es difícil identificar qué pretenden decirnos las palabras de Felipe Calderón, o si es que las dice por puro remordimiento de consciencia, que de lo único que puede arrepentirse es por haber sido el presidente que heredó un país con mayor desigualdad e inseguro; o bien, quiere darse baños de salud mental usando el cinismo como trinchera ante las críticas venidas por lo que fueron sus desatinos y equivocaciones en la aplicación de las malas políticas públicas, y como mordacidad hiriente y fuera de lugar delante de un pueblo ensangrentado y adolorido que creyó en el presidente del empleo y que por su culpa hoy sigue sumido en la miseria y con más “ninis” agregándose a las estadísticas del desempleo.
LA HERENCIA
El panorama en las postrimerías del año 2012 fue tremebundo, con un futuro incierto, lleno de problemas ancorados por la mala distribución de la riqueza y con una perniciosa escasez alimentaria en varios estados del país, y que se acentuó más en Chihuahua, Sonora y Durango, problema que se agravó todavía más por la terrible sequía que los ha golpeado durante varios años.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social reprobó al gobierno de Calderón. Las cifras reportadas en el informe revelaron el caos en que quedada México: pobreza en aumento, decrepito poder adquisitivo e inseguridad en casi todos los estados de la República provocada por la inútil lucha contra el narco criticada hasta en la película El Infierno de Luis Estrada, en el 2010: “Y dicen que la lucha la va ganando el gobierno, mi cochi”. “Qué va ser, mi Beny, la guerra contra el narco no es más que un invento del gobierno para chingarse la lana”.
Dicho informe no sólo vino a demostrar que de pobres pasamos a más pobres todavía, sino también llegó a taparle la boca a todos aquellos que se jactaban del buen servicio prestado a la sociedad mexicana, incluyendo al presidente de la República que nunca dejó, a pesar de las “calumnias infundadas”, de afirmar que “a partir de ahora nadie podrá decir que hay un solo pobre en México, y eso no lo digo yo sino los millones de mexicanas y mexicanos beneficiados en este gobierno”.
Las cifras no engañaron a nadie, y menos al que tenía hambre de pan y sed de justicia, aunque ésta sea la divina porque la otra nunca llegó durante todo el sexenio pasado. Y la realidad de la que siempre habló Calderón nunca se pareció a la “otra realidad”, en la que la gente quedó harta de recibir una miseria cada quincena, de no poder darse un lujo de vez en cuando, de los impuestos como trampas del diablo, de los precios de miedo en los alimentos, del recelo a los fogonazos, del nerviosismo en la calle cada vez que un auto se frenaba de golpe, de la barata y el descuento en los camposantos siempre y cuando los entierros fueran por docena, de las balaceras de tres o cuatro horas, de las quejas inútiles a las Comisiones de los Derechos Humanos, de la intervención de la iglesia en los asuntos políticos argumentando que ella sí tenía la moral bien puesta, etcétera.
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No cabe la menor duda que es más sencillo mirar la paja que hay en el ojo del vecino que la viga que está en nuestro propio ojo. Ahora se hace necesario aplicar el consejo de las abuelitas: “A palabras necias, oídos sordos”, porque es triste que en estos tiempos de crispación política hay quienes, como el ex presidente Felipe Calderón, aportan para la confusión, el engaño y traten de manipular el sentido crítico de la sociedad.
Por último, y para demostrar lo que la gente piensa de Felipe Calderón, me quedo con lo que le dijo la señora Teresa Jiménez a Calderón cuando éste hizo acto de presencia el día 2 de febrero de 2010, en Ciudad Juárez, a propósito de la matanza de 16 jóvenes y 2 adultos por el crimen organizado: “Discúlpeme si lo ofendo, señor presidente, pero usted no es bienvenido”.
@_MarioCaballero
MARIO CABALLERO
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