Redacción Animal Político
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CIUDAD DE MEXICO, mié, 11 de agosto de 2021.
En 2018, Paty dejó de ejercer el trabajo sexual después de casi tres décadas. Trabajos a tiempo parcial y el trabajo de su hijo como comerciante eran suficientes para el sustento de ambos, y cuando no trabajaba, pasaba los días cocinando y limpiando su casa. Encontró la estabilidad que tanto añoraba.
“Sí prefiero quedarme en casa, es algo que me gusta”, expresa Paty, de 56 años, quien, como la mayoría de las trabajadoras sexuales entrevistadas para este artículo, pidió que no se le identificara con su nombre completo para evitar que se le estigmatice. “Lo básico sí lo podíamos pagar”.
Luego vino la pandemia del coronavirus, que en marzo de 2020 paralizó la economía y obligó al gobierno del país a establecer una serie de medidas cautelares. Encima de eso, el hijo de Paty, de 23 años, se fracturó la pierna y no podía trabajar.
Paty regresó a las calles y se encontró con una sorpresa: había menos clientes, pero más mujeres que ofrecían sus servicios.
El dilema de Paty no es un caso aislado en México, donde la pandemia ha forzado a miles de mujeres a retomar el trabajo sexual, o comenzar por primera vez. Sus experiencias son pruebas contundentes del impacto desigual de la COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, que ha dejado a millones de mexicanas sin empleo, mientras se las arreglan para conseguir comida y vivienda para ellas y para sus familias durante esta crisis de salud pública sin precedentes.
“Es un claro retroceso; la tasa de participación económica de las mujeres en 2020 cayó al mismo nivel que teníamos en 2005”, explica Fátima Masse, directora de la sociedad incluyente del Instituto Mexicano para la Competitividad, un centro de investigación apartidista y sin fines de lucro.
Al igual que el resto del mundo, después del brote de la pandemia, México puso en marcha una serie de medidas para contener el virus. La economía se detuvo. El turismo, uno de los detonantes de la economía nacional, se paralizó. El producto interno bruto de México se vino abajo.
Todo esto tuvo un enorme impacto en las mujeres. Según datos oficiales, en febrero, la tasa de mujeres que trabajaban medio tiempo o que estaban desempleadas se elevó a 15%, 6.7 puntos porcentuales por encima de la del mismo período el año pasado.
El mismo indicador, para los hombres, aumentó a 13%, lo que significó un incremento de 4.3 puntos porcentuales.
La información recabada por el Instituto Mexicano para la Competitividad reveló que el desempleo “afectó a las mujeres que están principalmente en la economía informal y principalmente con menores ingresos, entonces la situación es dramática”, señala Masse.
En febrero de 2020, Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez, A.C., una asociación no gubernamental que apoya a las trabajadoras sexuales, llevó a cabo un censo en el que se contaron 7,700 mujeres dedicadas a esta actividad en el centro de la Ciudad de México. Seis meses después, esta cifra casi se había duplicado.
Elvira Madrid, fundadora de la asociación, dice que muchas mujeres ya se habían retirado del trabajo sexual.
Katia lo dejó hace dos años. Estaba cansada de trabajar los siete días de la semana y “quería otra vida”, señala. Consiguió trabajo como mesera en un bar cerca de su casa en Chimalhuacán, Estado de México, a 33 kilómetros de la Ciudad de México. Tiempo después, el coronavirus hizo que el bar cerrara.
Katia no tenía ahorros ni opciones laborales.
“No tenía dinero para vender algo. ¿Qué podía yo hacer? Y pues me regresé a trabajar ahí con las compañeras, para ganar algo en lo que esto pasa”, explica Katia, de 35 años.
La pandemia también empujó a algunas mujeres a ejercer el trabajo sexual por primera vez. En su censo, Brigada Callejera descubrió que el 40% de las trabajadoras sexuales del centro de la Ciudad de México eran primerizas, y entre ellas había, dice Madrid, “amas de casa que ni siquiera se consideraban trabajadoras sexuales, amas de casa que van, hacen un servicio sexual y se retiran, o sea, para sacar para la comida”. Otras “habían sido meseras, bailarinas en bares, habían sido empleadas de tiendas comerciales”.
Este fue el caso de Elsa, quien aparenta tener veintitantos años, y quien dice que trabajaba en un restaurante antes de dedicarse al trabajo sexual. Mientras conversaba, evitaba el contacto visual y tocaba su bolsa.
Una amiga se dedica al trabajo sexual, “y me llevó con un cliente, y pues ya salió algo de dinero”, dice en voz baja.
La vida en las calles es más difícil que antes, cuentan las trabajadoras sexuales. La turbia situación legal de su trabajo en México (es legal en algunos lugares y está prohibido en otros) ya ocasionaba una relación tensa con la policía, pero la pandemia dejó a las mujeres aún más vulnerables. Si se agrega la competencia en aumento, es mucho más complicado ganarse la vida.
Elena, de 35 años, quien en marzo de 2020 dejó el trabajo sexual después de 12 años, y lo retomó en enero, cuenta que cobraba 600 pesos por servicio, “pero ahora los clientes quieren pagarte menos y como hay más competencia, pues sí se gana menos”.
Los gobiernos local y federal han ofrecido incentivos a las empresas que no despidieron personal durante la pandemia, y crearon un programa para apoyar a las madres solteras. Pero, en general, dice Masse, el apoyo del gobierno ha sido “escaso e ineficiente”.
El gobierno de la Ciudad de México, que ha ofrecido algún apoyo económico a las trabajadoras sexuales, no respondió a solicitudes de comentario.
Durante los primeros 10 meses de la pandemia, Brigada Callejera, junto con Tejiendo Pueblos, Amigos Remendando Oficios y otros grupos de ayuda comunitaria, entregaron alrededor de 10,000 despensas a trabajadoras sexuales.
Paty nunca pensó que volvería a las calles. Después de retirarse, trabajó en oficinas y en ventas, pero cuando llegó la pandemia y su hijo se lesionó, ya no pudo pagar las cuentas. Ahora debe varios meses de renta.
Su hijo no estaba contento con su salida del retiro, pero aceptó su decisión, dice Paty.
En una calle concurrida del centro de la Ciudad de México, Paty y otras trabajadoras sexuales se reunieron hace poco para recibir despensas por parte de Tejiendo Pueblos. Tranquila y vestida discretamente con “leggings” y una blusa negra con estampado de rosas, Paty cargaba dos bolsas con pasta, galletas, salsas enlatadas, azúcar, sal, frijol, arroz, palomitas de maíz, papel de baño y detergente para ropa.
Paty no piensa seguir con ese trabajo por mucho tiempo. “Ya nada más que mi hijo pueda regresar a trabajar, ya voy a dejar esto otra vez”, declara.
Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal.