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Por qué Donald Trump se equivoca al eliminar el español de la web de la Casa Blanca

+ La Casa Blanca defiende que hay “datos alternativos” para analizar la realidad/Amanda Mars/EL PAÍS

Daniel Ureña/El Confidencial.

WASHINGTON, D. C., 23 de Enero de 2017./Daniel Ureña/El Confidencial.- Helen Aguirre es una prestigiosa hispana nacida en Miami hace 59 años de padres nicaragüenses. Durante los últimos 25 años ha trabajado como periodista, presentadora, activista y asesora de comunicación. Aguirre, al igual que millones de ciudadanos de Estados Unidos, está acostumbrada a vivir y desenvolverse en un entorno bilingüe donde se emplea tanto el español como el inglés con total naturalidad, algo muy frecuente en ese país en las últimas décadas.

Durante el último año Aguirre formó parte del equipo del precandidato a la nominación republicana, Jeb Bush, y posteriormente fue elegida como responsable de comunicación para la comunidad hispana del Partido Republicano. Desde hace unos días es la nueva Directora de Medios Hispanos de la Casa Blanca y Asesora Especial del presidente Trump. Por ahora, y a la espera de que se completen todos los nombramientos, la nueva Administración será la primera en 30 años en no contar entre sus principales miembros con un hispano. Por tanto, Aguirre será la hispana de mayor rango en el recién creado equipo de gobierno.

Una de las primeras decisiones que Aguirre tendrá que explicar será la de por qué se han eliminado tanto la web como los perfiles en redes sociales en español de la Casa Blanca, puestos en marcha durante la última etapa del presidente Obama. De confirmarse esta decisión, la Administración Trump estaría cometiendo un grave error, ya que tanto el español en particular, como la herencia hispana en general, forman parte de la identidad de Estados Unidosen el pasado, en el presente y lo seguirá siendo en el futuro. De hecho, el idioma español se habló en Estados Unidos antes que el propio inglés.

Los hispanos no son unos recién llegados a Estados Unidos, sino que el origen de este país no puede entenderse sin su aportación, un aspecto que los miembros de la nueva Administración no deberían pasar por alto. El problema es que la historia oficial nos ha contado que el origen de Estados Unidos comienza prácticamente en 1620 con el viaje de los peregrinos desde Inglaterra hasta las costas de Massachussets en el buque Mayflower. Pero la realidad es que un siglo y medio antes los españoles ya se habían asentado en los territorios del Sur, pero por desgracia España nunca ha sido muy buena a la hora de comunicar sus logros.

De hecho, la ciudad más antigua de Estados Unidos -con permiso de San Juan de Puerto Rico – fue fundada por españoles. Más concretamente por Pedro Menéndez de Avilés, que en septiembre de 1565 fue el primer europeo en llegar a las costas de Florida y mandó construir un pequeño asentamiento conocido como San Agustín, que hoy es una bonita ciudad que recuerda orgullosa su herencia hispana y que en 2015 celebró su 450º aniversario con la visita de los Reyes de España.

TRUMP QUIERE ELIMINAR EL ESPAÑOL EN EE UU

A pocos metros de donde el pasado viernes tomó posesión Donald Trump como el 45º presidente, bajo la cúpula del Capitolio, existen ocho cuadros que recogen momentos clave de la evolución de la nación americana. Y de los ocho, hay dos que tienen un marcado carácter hispano: el 12 de Octubre de 1492 con la llegada de la expedición de Cristobal Colón enarbolando la bandera de Castilla y el descubrimiento del Río Mississipi por un extremeño, Hernando de Soto, uno de esos españoles olvidados por los libros de Historia de su propio país. Pero además, el Presidente Trump va a vivir y trabajar en una casa cuya primera piedra fue puesta por otro de esos españoles ilustres, Pedro de Casenave, un navarro que fue alcalde de Georgetown y que fue el encargado de colocar la primera piedra de la Casa Blanca un 13 de octubre de 1792, coincidiendo con el tercer centenario del Descubrimiento de América, un pequeño detalle que ayuda a entender la vinculación entre España y Estados Unidos.

Para más inri, el nombre de la capital de Estados Unidos, “Distrito de Columbia” es un homenaje a Cristóbal Colón, cuya estatua corona una de las principales plazas de la ciudad junto al Capitolio (“Union Square”), que está acompañada de tres grandes mástiles en recuerdo de La Pinta, La Niña y La Santa María. Por no hablar, de otras aportaciones de otros muchos españoles en California, Texas y otros estados del país, cuya Historia no se entiende hoy sin su figura.

Por tanto, si la decisión de la Administración Trump se confirma y finalmente se erradica el español como vehículo de comunicación con los ciudadanos no solo se estaría negando una parte esencial de la identidad de Estados Unidos; iría en contra de buena parte de la cultura de más de 55 millones de estadounidenses y del segmento de población que más va a crecer en los próximos años en este país.

Además, se estaría desaprovechando, desde el punto de vista de la comunicación, el poder llegar en su propio idioma a millones de ciudadanos y, por tanto votantes, de los que casi 1 de cada 3 que acudieron a las urnas lo hicieron por Trump. En 1984 el equipo de campaña de Ronald Reagan, el gran referente para los republicanos, elaboró un documento interno titulado “Hispanic Victory Initiative 1984: A Proposed Strategy for the Reagan-Bush ´84 Hispanic Campaign”, un informe de 60 páginas en el que explícitamente se indicaba que para conseguir el apoyo de los hispanos había que convencerlos en español, una lección que fue muy bien aprendida y ejecutada tanto por George W. Bush y Barack Obama, quienes consiguieron unos excelentes resultados entre los votantes hispanos.

En España conocemos bien cómo algunos gobiernos utilizan las políticas lingüísticas pensando en su propia agenda política o ideológica en vez de en los beneficios para los ciudadanos. Ojalá que Helen Aguirre y su equipo sepan hacer ver en la Casa Blanca que la realidad de Estados Unidos en 2017 no puede entenderse obviando que tanto el inglés como el español son las lenguas de millones de ciudadanos de ese país.

TRUMP QUIERE ELIMINAR EL ESPAÑOL EN EE UU 02

LA CASA BLANCA DEFIENDE QUE HAY “DATOS ALTERNATIVOS” PARA ANALIZAR LA REALIDAD

Amanda Mars/EL PAÍS

Las primeras 48 horas del Donald Trump presidente han sido en muchos aspectos una proyección del Donald Trump candidato. El giro presidencial que muchos esperaban tras ganar las elecciones el 8 de noviembre no se dio durante su periodo de presidente electo ni tampoco ahora, tras la jura del cargo. El nuevo comandante jefe de Estados Unidos y su equipo lanzaron falsedades a lo largo de su primer día completo en el cargo, tanto referidas al número de asistentes al acto inaugural de su mandato como a los medios de comunicación, a los que acusó de haber fabricado su polémica con la CIA. También insistió en que fue contrario a la guerra de Irak desde el principio, cuando las declaraciones de la época muestran que no tomó una posición hasta mucho después.

La mayor parte de estas cuestiones son muy fáciles de comprobar y rebatir, pero eso no arredra a Trump. Esa osadía es, y fue durante la campaña electoral, una seña de identidad trumpiana de la batalla de la comunicación. El domingo tomó una nueva dimensión. Cuestionada por las cifras de asistentes, la asesora presidencial Kellyanne Conway respondió a un periodista: “No seas tan exagerado, Chuck. Estás diciendo que es una mentira, y ellos están dando… Nuestro jefe de prensa, Sean Spicer, dio hechos alternativos a eso”.

Una cata de la era del relato alternativo tuvo que ver con el caso del espionaje. Desde que los servicios de Inteligencia estadounidenses empezaron a acusar a Rusia de estar detrás de los ciberataques durante las elecciones, y especialmente desde que determinaron que el objetivo del Kremlin era favorecer a Trump, el presidente estadounidense no dejó de poner en duda su fiabilidad, acusarles de estar politizados y, en ocasiones, burlarse de ellos. No lo hizo en reuniones privadas ni conversaciones robadas por un micrófono indiscreto, sino en su propia cuenta de la red social Twitter o en declaraciones a medios.

Pero el pasado sábado, en su visita a la CIA, culpó a esos mismo medios de haber creado la polémica, pese a todas las pruebas documentales en contra. “Julian Assange dice que ‘un chaval de 14 años podría haber hackeado a Podesta’. ¿Por qué tuvo tan poco cuidado el Partido Demócrata? ¡Además dijo que los rusos no le dieron la información!”, tuiteó Trump el pasado 4 de enero, confiriéndole más credibilidad al fundador de Wikileaks, que publicó las informaciones negativas para la campaña de Clinton.

El día anterior ya les había acusado de mentir. “El briefing de ‘inteligencia’ sobre el llamado ‘hackeo ruso’ ha sido retrasado hasta el viernes, quizás necesiten más tiempo para construir su caso. ¡Muy extraño!”, escribió Trump en Twitter, cargando intención en el entrecomillado “inteligencia” y “hackeo ruso”. El 11 de enero, cuando varios medios publicaron informaciones acerca de un informe que sostiene que Moscú podría tener informaciones comprometedoras contra él, Trump estalló en la misma red social: “Las agencias de inteligencia no deberían haber permitido que estas ‘noticias falsas’ se filtraran al público. ¿Vivimos en la Alemania nazi?”.

Pero este sábado, ante el personal de la CIA, dijo que lo primero que hacía era visitarles porque los periodistas se encontraban “entre la gente más deshonesta de la tierra y han hecho creer que yo estoy enfadado con el personal de Inteligencia”.

También arrojó, al igual que el nuevo jefe de comunicación de la Casa Blanca, Sean Spicer, una batería de datos que no se ajustan a la realidad sobre su toma de posesión. Trump ha ganado las elecciones presidenciales del país más poderoso del planeta, podría darle igual que su acto de investidura hubiese resultado más o menos multitudinario que el de su predecesor, pero al empresario neoyorquino le gusta ganar en todo.

Así se entiende que Spicer asegurara que se reunió “al mayor público en cualquier inauguración, punto, tanto en persona como alrededor del mundo”. Pero no es así ni lo uno ni lo otro: dijo que 420.000 personas tomaron el metro de la ciudad ese día, frente a 317.000 en la inauguración de Barack Obama, pero las cifras de la red transportes, citadas por The Washington Post, hablan de 570.557 viajes del pasado viernes, frente a los 1,1 millones con Obama en 2009 y los 782.000 de su segundo mandato, en 2013. Tampoco son ciertos los datos de espectadores por televisión: según datos de Nielsen, lo siguieron 30,6 millones de personas, siete millones menos que con Obama.

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